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Un mes de verano había pasado. En todo ese tiempo, los Malfoy fueron varias veces a la mansión Stone, pero Theresa no le dirigía la palabra a Draco.

La chica no dejaba de mandarse cartas con Fred, George, Hermione y Ron. Le había mandado innumerables cartas a Harry, pero no se las respondía, y al parecer tampoco a Ron ni a Hermione.

Fred le mandó una carta a Theresa, invitándola a pasar la última semana de vacaciones en La Madriguera. Sus padres les dieron permiso, aunque Theresa tuvo que pedirle a Fred que viniera a recogerla junto a su padre, para que los señores Stone hablaran con él.

Entusiasmada, la chica preparó su baúl y la jaula de Snow, su gato, que ya estaba bastante más grande y no cabía en su bolsillo como el año pasado.

Unas horas después, Theresa esperaba en el sofá a que los Weasley aparecieran por la chimenea. Se escuchó un traqueteo lejano y dos chicos pelirrojos y un adulto también pelirrojo aparecieron por la Red Flu. Eran sus tan apreciados gemelos, junto al señor Weasley. Theresa se abalanzó sobre sus amigos mientras oía la risa de su madre a sus espaldas.

Los señores Stone saludaron a Arthur y entablaron una conversación.

- Enséñales la casa a tus amigos, querida -le dijo su padre. Theresa los cogió a cada uno de una mano y los llevó escaleras arriba, hasta su habitación.

- Os presento la mejor parte de la casa -dijo la chica, abriendo la terraza que tenía en su dormitorio. Desde ella, se veía todo el campo que tenían alrededor de la casa.

- ¿Podemos vivir aquí? -dijo George, sonriente.

- Nop, porque ahora tenéis que llevarme a vuestra casa a pasar la mejor semana de vuestras vidas -dijo Theresa sonriendo y subiéndose en la espalda de Fred, que la llevó sonriente hasta el salón, de vuelta con sus padres.

- Ya podemos irnos, chicos -dijo el señor Weasley-. Encantado de conocerte, Theresa, los gemelos me han hablado mucho de ti... también Ron -dijo mientras la abrazaba. Theresa tenía una sonrisa enorme en el rostro.

- Adiós padre, adiós madre -se despidió de ambos y los cuatro se metieron en la chimenea.

- ¡La madriguera!

Aparecieron en un salón abarrotado de artilugios encantados. En el sillón, unas agujas tejían una bufanda por sí solas. En la cocina, los utensilios se fregaban solos...

- Tú debes de ser Theresa, ¿no es así, cielo? -delante apareció una mujer pelirroja y regordeta, con una sonrisa maternal.

- Theresa Stone, señora. Encantada de conocerla, gracias por acogerme en su casa, es preciosa -sonrió la chica en el abrazo. Fred se rió a sus espaldas.

- No tienes que fingir modales aquí, Tess. No somos los Malfoy -dijo bromeando y a Theresa le dio un vuelco al corazón. Asintió un poco ruborizada, pues era a lo que estaba acostumbrada: alagar todo lo que le sea posible, siempre con una sonrisa, y nunca, jamás, tutear a nadie mayor.

- ¿Conoces a los Malfoy? -preguntó el señor Weasley.

- Son amigos de mi familia, señor.

Antes de que le hiciera otra pregunta, Ron apareció junto a Ginny.

- ¡Tessa! -se acercó a ella y la abrazó-. No sabía que venías hoy, estos dos no me han dicho nada...

- La queríamos para nosotros solos... aunque papá ha tenido que venir porque la niñita lo ha pedido -le sacó la lengua George. Theresa rió.

- Hola, Ginny, ¿cómo estás? -le preguntó.

- Bien, este año entro en Hogwarts.

- ¡Vaya! Eso es genial.

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