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A la mañana siguiente la tormenta se había ido a otra parte, aunque el techo del Gran Comedor seguía teniendo un aspecto muy triste. Durante el desayuno, unas nubes enormes del color gris del peltre se arremolinaban sobre las cabezas de los alumnos, mientras Theresa, Harry, Ron y Hermione examinaban sus nuevos horarios. Unos asientos más allá, Fred, George y Lee discurrían métodos mágicos de envejecerse y engañar al juez para poder participar en el Torneo de los tres magos. Theresa no los había esperado esta mañana para ir a desayunar juntos, pues seguía molesta de que los gemelos no comprendieran que no podían participar.

- Hoy no está mal: fuera toda la mañana -dijo Ron pasando el dedo por su horario-. Herbología con los de Hufflepuff y Cuidado de Criaturas Mágicas... ¡Maldita sea!, seguimos teniéndola con los de Slytherin...

- Y esta tarde dos horas de Adivinación -gruñó Theresa, observando el horario mientras se llevaba a la boca una enorme cucharada de gachas de avena.

- Tendríais que haber abandonado esa asignatura como hice yo -dijo Hermione con énfasis-. De esa manera estudiaríais algo sensato como Aritmancia.

De repente se oyeron sobre ellos un batir de alas, y un centenar de lechuzas entró volando a través de los ventanales abiertos. Llevaban el correo matutino. Instintivamente Theresa alzó la vista, y vio a una lechuza negra como el carbón posarse en su hombro. Su madre le enviaba una caja de plumas de azúcar junto a una carta deseándole un curso espléndido. Sonrió y le dio unos dulces a la lechuza de los Stone, haciendo así que esta se fuera luego de ulular cariñosamente. Al otro lado del Gran Comedor, el búho de Draco Malfoy se posó sobre su hombro, llevándole su acostumbrado suplemento de dulces y pasteles procedentes de su casa, al igual que a Theresa. El rubio la miró con una sonrisa y la chica le sonrió también, en forma de saludo.

La clase de Herbología resultó extrañamente satisfactoria: tuvieron que exprimir unos bubotubérculos, que eran las plantas más feas que Theresa había visto, pero cada vez que exprimían sus bultos para extraer la pus, salía de golpe un líquido espeso de color amarillo verdoso que olía intensamente a petróleo.

Luego, se encaminaron en sentido contrario hacia la pequeña cabaña de Hagrid, que se alzaba en el mismo borde del bosque prohibido.

Hagrid los estaba esperando de pie, fuera de la cabaña, con una mano puesta en el collar de Fang, su enorme perro jabalinero de color negro. En el suelo, a sus pies, había varias cajas de madera abiertas, y Fang gimoteaba y tiraba del collar ansioso por investigar el contenido.

- ¡Buenas! -saludó Hagrid, sonriendo a Theresa, Harry, Ron y Hermione-. Será mejor que esperemos a los de Slytherin, que no querrán perderse esto: ¡escregutos de cola explosiva!

- ¿Enserio? -preguntó Theresa, fascinada. Hagrid señaló las cajas.

- ¡Ay! -chilló Lavender Brown, dando un salto hacia atrás.

Los escregutos de cola explosiva eran como langostas deformes de unos quince centímetros de largo, sin caparazón, pálidas y de aspecto viscoso, con muchas patitas y sin cabeza visible. En cada caja debía de haber cien, que se movían unos encima de otros y chocaban a ciegas contra las paredes. De vez en cuando saltaban chispas de la cola de un escreguto que, haciendo un suave <¡fut>!, salía despedido a un palmo de distancia.

- Recién nacidos -dijo Hagrid con orgullo, al ver la expresión de emoción de Theresa-, para que podáis criarlos vosotros mismos. ¡He pensado que puede ser un pequeño proyecto!

- ¿Y por qué tenemos que criarlos? -preguntó una voz fría. Draco. Hagrid se quedó perplejo ante la pregunta-. Sí, ¿qué hacen? -insistió-. ¿Para qué sirven?

Theresa lo miró fijamente pidiéndole que parara. Hubo una pausa que duró unos segundos, al cabo de la cual Hagrid dijo bruscamente:

- Eso lo sabrás en la próxima clase, Malfoy. Hoy sólo tienes que darles de comer. Pero tendréis que probar con diferentes cosas. He traído huevos de hormiga, hígado de rana y trozos de culebra. Probad con un poco de cada.

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