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A comienzos de octubre, hubo otra cosa que mantuvo ocupada a Theresa, algo tan divertido que compensaba la insatisfacción de algunas clases como Pociones y Adivinación. Se aproximaba la temporada de quidditch y Oliver Wood, capitán del equipo de Gryffindor, convocó una reunión un jueves por la tarde para discutir las tácticas de la nueva temporada.

Oliver Wood era un fornido muchacho de diecisiete años que cursaba su séptimo y último curso. Había cierto tono de desesperación en su voz mientras se dirigía a sus compañeros de equipo en los fríos vestuarios del campo de quidditch que se iba quedando a oscuras.

- Es nuestra última oportunidad..., mi última oportunidad... de ganar la copa de quidditch. Me marcharé al final de este curso, no volveré a tener otra oportunidad. Gryffindor no ha ganado ni una vez en los últimos siete años. Contamos con el mejor... equipo... de este... colegio -añadió-. Contamos con tres cazadoras estupendas -Wood señaló a Theresa, a Angelina Johnson y a Katie Bell-. Tenemos dos golpeadores invencibles.

- Déjalo ya, Oliver, nos estás sacando los colores -dijeron Fred y George a la vez, haciendo como que se sonrojaban.

- ¡Y tenemos un buscador que nos ha hecho ganar todos los partidos! -miró a Harry con orgullo-. Y estoy yo -añadió.

- Un guardián muy chachi -confirmó Fred. Theresa rió a su lado.

- La cuestión es que la copa de quidditch debería haber llevado nuestro nombre estos últimos dos años. Desde que Harry está en el equipo.

- Oliver, éste será nuestro año -aseguró Theresa.

- Lo conseguiremos, Oliver -dijo Angelina.

- Por supuesto -corroboró Harry.

Con la moral alta, el equipo comenzó las sesiones de entrenamiento, tres tardes a la semana. El tiempo se enfriaba y se hacía más húmedo, las noches más oscuras, pero no había barro, viento n lluvia que pudieran empañar la ilusión de ganar por fin la enorme copa de plata.

Una tarde, después del entrenamiento, Theresa y Harry regresaron a la sala común de Gryffindor con frío y entumecidos, pero contentos, y encontraron la sala muy animada.

- Primer fin de semana en Hogsmeade -les dijo Ron nada mas entraron, señalando una nota que había aparecido en el tablón de anuncios-. Finales de octubre, Halloween.

- Estupendo -dijo Fred, pasándole un brazo por los hombros a Theresa-. Tengo que ir a la tienda de Zonko: casi no me quedan bombas fétidas.

Harry se dejó caer en una silla.

- Harry, estoy segura de que podrás ir la próxima vez -le consoló Hermione-. Van a atrapar a Black enseguida. Ya lo han visto una vez.

Theresa no escuchó como seguía la conversación porque abrió su mochila, dispuesta a terminar su mapa. Sacó pergamino, pluma y tinta, y empezó a trabajar.

- ¿Quieres que te deje el mío? -le preguntó Hermione en un susurro.

- Tranquila, Herms, sólo me quedan ponerle el nombre a unas cuantas estrellas -dijo con una sonrisa.


Al día siguiente, Ron seguía enfadado con Hermione porque, según le contó Harry a Theresa, Crookshanks había vuelto a intentar comerse a Scabbers.

- ¿Cómo está Scabbers? -le preguntó Hermione acobardada, en la clase de Herbología.

- Está escondida debajo de mi cama, sin dejar de temblar -dijo Ron malhumorado.

Luego tuvieron Transformaciones. Al acabar la clase, la profesora McGonagall habló:

- ¡Un momento, por favor! -dijo en voz alta, cuando los alumnos empezaban a salir-. Dado que sois todos de Gryffindor, como yo, deberíais entregarme vuestras autorizaciones para Hogsmeade. Sin autorización no hay visita al pueblo, que no se os olvide.

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