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Al día siguiente, los alumnos de cuarto curso de Gryffindor se encaminaron hacia el aula de Defensa Contra las Artes Oscuras para la clase con Moody. Harry Ron se sentaron en los asientos delante de la mesa del profesor, y Theresa y Hermione detrás. Sacaron sus libros y aguardaron en silencio. No tardaron en oír el peculiar sonido sordo y seco de los pasos de Moody provenientes del corredor antes de que entrara en el aula, tan extraño y aterrorizador como siempre. Entrevieron la garra en que terminaba su pata de palo, que sobresalía por debajo de la túnica.

- Ya podéis guardar los libros -gruñó, caminando ruidosamente hacia la mesa y sentándose tras ella-. No los necesitaréis para nada.

Volvieron a meter los libros en las mochilas. Moody sacó una lista, sacudió la cabeza para apartarse la larga mata de pelo gris del rostro y comenzó a pronunciar los nombres, recorriendo la lista con su ojo normal mientras el ojo mágico giraba para fijarse en cada estudiante conforme respondía a su nombre.

- Bien -dijo cuando el último de la lista hubo contestado <presente>-. He recibido carta del profesor Lupin a propósito de esta clase. Parece que ya sois bastante diestros en enfrentamientos con criaturas tenebrosas. Habéis estudiado los boggarts, los gorros rojos, los hinkypunks, los grindylows, los kappas y los hombres lobo, ¿no es eso?

Hubo un murmullo general de asentimiento.

- Pero estáis atrasados, muy atrasados, en lo que se refiere a enfrentaros a maldiciones. Así que he venido para prepararos contra lo que unos magos pueden hacerles a otros. Dispongo de un curso para enseñaros a tratar con las mal...

- ¿Por qué? ¿No se va a quedar más? -dejó escapar Ron. El ojo mágico de Moody giró para mirarlo. Ron se asustó, pero al cabo de un rato Moody sonrió. Era la primera vez que Theresa lo veía sonreír. Eso sólo hacía que su rostro se viera aún más desfigurado que nunca.

- Supongo que tú eres hijo de Arthur Weasley, ¿no? Hace unos días me sacó de un buen aprieto... Sí, sólo me quedaré este curso. Así que... vamos a ello. Maldiciones. Varían mucho en forma y en gravedad. Según el Ministerio de Magia, yo debería enseñaros las contramaldiciones y dejarlo en eso. Se supone que hasta sexto no seréis lo bastante mayores para aprender cómo son las maldiciones prohibidas... Yo creo que, cuanto antes sepáis a qué os enfrentáis, mejor. Un mago que esté a punto de echaros una maldición prohibida no va a avisaros antes. Tenéis que estar preparados. Tenéis que estar alerta y vigilantes. Así que... ¿alguno de vosotros sabe cuáles son las maldiciones más castigadas por la ley mágica?

Varias manos se levantaron, incluyendo la de Ron y la de Hermione. Moody señaló a Ron.

- Eh... -dijo Ron, titubeando- mi padre me ha hablado de una. Se llama maldición imperius, o algo parecido.

- Así es -aprobó Moody-. Tu padre la conoce bien. Le dio al Ministerio muchos problemas en otro tiempo.

Moody abrió el cajón de la mesa y sacó de él un tarro de cristal. Dentro correteaban tres arañas grandes y negras. Theresa miró a Ron con pena. Él tenía fobia a las arañas.

Moody metió la mano en el tarro, cogió una de las arañas y se la puso sobre la palma para que todos la pudieran ver. Luego apuntó hacia ella la varita mágica y murmuró:

- ¡Imperio!

La araña se descolgó de la mano de Moody por un fino y sedoso hilo, y empezó a balancearse de atrás adelante como si estuviera en un trapecio; luego comenzó a girar en círculos; se levantó sobre dos de las patas traseras y se puso a bailar lo que sin lugar a duda era claqué. Todos menos Theresa se reían. Moody tampoco lo hacía.

- Os parece divertido, ¿verdad? -gruñó-. ¿Os gustaría que os lo hicieran a vosotros?

La risa dio fin casi al instante.

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