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Theresa no había formado nunca parte de un grupo tan extraño. Crookshanks bajaba las escaleras en cabeza de la comitiva. Lupin, Pettigrew y Ron lo seguían. Detrás iba el profesor Snape, flotando de manera fantasmal, tocando cada peldaño con los dedos de los pies y sostenido en el aire por Sirius. Harry, Theresa y Hermione cerraban la marcha. Fue difícil volver a entrar en el túnel. Sirius, de vez en cuando, golpeaba la cabeza de Snape en el techo.

Theresa y Hermione se miraban de vez en cuando mientras avanzabas. Delante de ellas, Harry y Sirius hablaban de lo que parecía ser algo importante. Crookshanks salió el primero y apretó el nudo del tronco. Lupin, Pettigrew y Ron salieron después. Sirius hizo salir a Snape y luego se detuvo para ceder el paso a Harry, Theresa y Hermione. No quedó nadie dentro. Los terrenos estaban muy oscuros. La única luz venía de las ventanas distantes del castillo. A Theresa le zumbaba la cabeza. La sangre de su brecha ya estaba seca en su frente.

Atravesaron los terrenos en silencio, con pesadez. Las luces del castillo se dilataban poco a poco. Entonces... una nube se desplazó. La luz de la luna caía sobre el grupo.

Snape tropezó con Lupin, Pettigrew y Ron. Sirius se quedó inmóvil e indicó a Theresa, Harry y Hermione que no avanzaran. Lupin se puso rígido y comenzó a temblar.

- ¡Dios mío! -dijo Theresa-. ¡No se ha tomado la poción esta noche! ¡Es peligroso!

Ron estaba encadenado a Pettigrew y a Lupin. Oyeron un terrible gruñido. La cabeza de Lupin se alargaba, igual que su cuerpo. Los hombros le sobresalían. El pelo le brotaba en el rostro y las manos, que se retorcían hasta convertirse en garras. A Crookshanks se le volvió a erizar el pelo.

Mientras el licántropo retrocedía, Sirius se había transformado en perro y saltó hacia delante, arrastrando al licántropo hacia detrás, alejándolo de Ron y Pettigrew. Estaban enzarzados, rasgándose el uno al otro con las zarpas.

Pettigrew había saltado para coger la varita caída de Lupin, Ron se desplomó en el suelo a causa de su pierna.

- ¡Expeliarmo! -gritó Harry-. ¡Quédate donde estás!

Demasiado tarde. Pettigrew también se había transformado. Theresa vio su cola pelona azotar el antebrazo de Ron y lo oyó huir a toda prisa por la hierba. Oyeron un aullido y un gruñido sordo. Al volverse, Theresa vio al hombre lobo adentrándose en el bosque a la carrera.

Sirius sangraba. Tenía heridas en el hocico y en la espalda. Al notar que Pettigrew no estaba, volvió a salir velozmente en su busca. Ron tenía los ojos entornados, la boca abierta. Estaba vivo, pero no parecía reconocerlos.

Theresa miró desconcertada a su alrededor. No había nadie cerca salvo Snape, que seguía flotando en el aire, inconsciente.

- Será mejor que los llevemos al castillo y se lo digamos a alguien -dijo Harry-. Vamos...

Oyeron un aullido que venía de la oscuridad: un perro dolorido.

- Sirius -murmuró Harry, mirando hacia la negrura. El azabache echó a correr, y Theresa y Hermione lo siguieron. El aullido parecía proceder de los alrededores del lago. Corrieron en aquella dirección y Theresa notó un frío intenso sin darse cuenta de lo que podía suponer.

El aullido se detuvo. Al llegar al lago vieron por qué: Sirius había vuelto a transformarse en hombre. Estaba en cuclillas, con las manos en la cabeza, gimiendo. Y entonces Theresa los vio. Eran los dementores. Al menos cien, y se acercaban a ellos como una masa negra. Se dio la vuelta. Aquel frío penetró en su interior y la niebla empezó a oscurecerle la visión. Por cada lado surgían de la oscuridad más y más dementores. Los estaban rodeando...

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