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Al día siguiente, Theresa, Harry y Ron bajaron a desayunar junto a otros compañeros de Gryffindor, que por lo visto pensaban que la Saeta de Fuego era merecedora de una especie de guardia de honor. Theresa vio que los del equipo de Slytherin estaban atónitos.

- ¿Le habéis visto la cara? -preguntó Ron con alegría, volviéndose para mirar a Draco-. ¡No se lo puede creer! ¡Es estupendo!

Los de Ravenclaw y Hufflepuff se acercaron para verla. Cedric Diggory fue a felicitar a Harry por haber conseguido un sustituto tan soberbio para su Nimbus.

- ¿Estás seguro de que puedes manejarla, Potter? -dijo una voz fría y arrastrada. Draco Malfoy se había cercado para ver mejor, y Crabbe y Goyle estaban detrás de él.

- Sí, creo que sí -contestó Harry.

- Muchas características especiales, ¿verdad? -dijo el rubio con un brillo de malicia en sus ojos-. Es una pena que no incluya paracaídas, por si aparece algún dementor.

Crabbe y Goyle se rieron.

- Y es una pena que no tengas tres brazos -le contestó Harry-. De esa forma podrías coger la snitch.

Theresa dio una carcajada y el resto del equipo de Gryffindor rieron con ganas. Draco entornó sus ojos claros y se marchó ofendido.

A las once menos cuarto el equipo de Gryffindor se dirigió a los vestuarios. El tiempo no podía ser más distinto del que había imperado en el partido contra Hufflepuff. Hacía un día fresco y despejado, con una brisa muy ligera. Theresa, aunque estaba nerviosa, empezaba a sentir la emoción que sólo podía provocar un partido de quidditch. Oían al resto del colegio que se dirigía al estadio.

- Ya sabéis lo que tenéis que hacer -dijo Wood cuando se disponían a salir de los vestuarios-. Si perdemos este partido, estamos eliminados. Sólo... sólo tenéis que hacerlo como en el entrenamiento de ayer y todo irá de perlas.

Salieron al campo y fueron recibidos con un aplauso tumultuoso. El equipo de Ravenclaw, de color azul, aguardaba ya en el campo. Los equipos se alinearon uno frente a otro.

- Wood, Davies, daos la mano -ordenó la señora Hooch y Wood le estrechó la mano al capitán de Ravenclaw.

- Montad en las escobas... Cuando suene el silbato... ¡Tres, dos, uno!

Theresa despegó del suelo y planeó por el estadio esperando a que las quaffles fueran soltadas. Escuchaba todo el tiempo los comentarios de Lee Jordan:

- Han empezado a jugar y el objeto de expectación en este partido es la Saeta de Fuego que monta Harry Potter, del equipo de Gryffindor. La Saeta es la escoba elegida por los equipos nacionales para el campeonato mundial de este año.

- Jordan, ¿te importaría explicar lo que ocurre en el partido? -interrumpió McGonagall.

- Vale, vale. Gryffindor tiene la pelota. Theresa Stone se dirige a la meta...

Harry pasó como un rayo al lado de Theresa y en dirección contraria. La chica intentó ignorarlo y metió la quaffle por el aro, anotando el primer tanto del partido. Las gradas ocupadas por los de Gryffindor enloquecían de entusiasmo.

Las tres cazadoras anotaron siete tantos más.

- ¡Gryffindor gana por ochenta a cero! ¡Y miren esa Saeta de Fuego! Potter le está sacando partido. Vean cómo gira.

- ¡JORDAN! ¿TE PAGAN PARA QUE HAGAS PUBLICIDAD DE LAS SAETAS DE FUEGO? ¡SIGUE COMENTANDO EL PARTIDO!

Ravenclaw jugaba a la defensiva. Ya habían marcado tres goles, lo cual había reducido la distancia con Gryffindor a cincuenta puntos.

Harry atrapó la snitch luego de enviar un encantamiento patronus hacia tres dementores. Se oyó el silbato de la señora Hooch. El resto del equipo de Gryffindor se acercaron a Harry para abrazarlo. Theresa besó a Harry innumerables veces en la mejilla. Estaba eufórica.

- ¡Vamos a celebrarlo en la sala común de Gryffindor! -le dijo Fred a Theresa, que se quedaron atrás en la multitud que ovacionaba al equipo. Fred agarró la mano de la chica. Esta vio que Draco, Crabbe, Goyle y Flint eran sancionados por haberse hecho pasar por dementores para sabotear a Harry. Draco miraba a la pareja con el ceño fruncido, ignorando las reprimendas de la profesora McGonagall.

La fiesta de Gryffindor sólo terminó cuando la profesora McGonagall se presentó a la una de la madrugada, con su bata de tela escocesa y la redecilla en el pelo, para mandarles que se fueran a dormir. Theresa subió a su habitación y encontró a Hermione dormida allí. Se metió en su cama y cerró la cortina, durmiéndose inmediatamente.

A eso de las cinco de la mañana, se oyó un grito desgarrador en toda la torre de Gryffindor. Theresa se incorporó asustada y oyó voces fuera, en los rellanos. Se puso su bata de seda y bajó a ver qué ocurría.

- ¡Todo el mundo a la cama! -ordenó Percy.

- Percy... ¡Sirius Black! -dijo Ron, con voz débil-. ¡En nuestro dormitorio! ¡Con un cuchillo! ¡Me despertó!

Todos contuvieron la respiración.

- No digas tonterías, Ron. Has comido demasiado. Has tenido una pesadilla.

- Te digo que...

- ¡Venga ya, basta!

Llegó la profesora McGonagall. Cerró la puerta de la sala común y miró furiosa a su alrededor.

- ¡Me encanta que Gryffindor haya ganado el partido, pero esto es ridículo! Percy, no esperaba esto de ti.

- ¡Mi hermano Ron tuvo una pesadilla...!

- ¡NO FUE UNA PESADILLA! -gritó Ron-. ¡PROFESORA, ME DESPERTÉ Y SIRIUS BLACK ESTABA DELANTE DE MÍ, CON UN CUCHILLO EN LA MANO!

La profesora McGonagall lo miró fijamente.

- ¿Cómo iba a pasar por el retrato?

- ¡Hay que preguntarle! -dijo Theresa, señalando al cuadro de sir Cadogan.

La profesora McGonagall abrió el retrato y salió. Todos los de la sala común escucharon conteniendo la respiración.

- Sir Cadogan, ¿ha dejado entrar a un hombre en la torre de Gryffindor?

- ¡Sí, gentil señora! -gritó sir Cadogan.

- ¿De... de verdad? -dijo la profesora McGonagall-. Pero ¿y la contraseña?

- ¡Me la dijo! Se sabía las de toda la semana, señora. ¡Las traía escritas en un papel!

La profesora volvió a pasar por el retrato para encontrarse con la multitud, que estaba estupefacta. Se había quedado blanca como la tiza.

- ¿Quién ha sido el tonto que ha escrito las contraseñas de la semana y las ha perdido? -preguntó con voz temblorosa.

Hubo un silencio total, roto por un leve grito de terror. Neville Longbottom, temblando desde los pies a la cabeza, levantó la mano muy lentamente.


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