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Theresa dio un grito. Black se puso en pie de un salto.

- He encontrado esto al pie del sauce boxeador -dijo Snape, arrojando la capa a un lado y sin dejar de apuntar al pecho de Lupin con la varita-. Muchas gracias, Potter, me ha sido muy útil... Tal vez os preguntéis como he sabido que estabais aquí -dijo con los ojos relampagueantes-. Acabo de ir a tu despacho, Lupin. Te olvidaste de tomar la poción esta noche. Fue una suerte. En tu mesa había cierto mapa. Te vi correr por el pasadizo... Le he dicho una y otra vez al directos que ayudabas a tu viejo amigo Black a entrar en el castillo, Lupin. Y aquí está la prueba. Ni siquiera se me ocurrió que tuvierais el valor de utilizar este lugar como escondrijo.

- Te equivocas, Severus -dijo Lupin aprisa-. No lo has oído todo. Puedo explicarlo. Sirius no ha venido a matar a Harry.

- Dos más para Azkaban esta noche -dijo Snape con los ojos llenos de odio-. Me encantaría saber cómo se lo toma Dumbledore. Estaba convencido de que eras inofensivo. Un licántropo domesticado...

- Idiota -dijo Lupin en voz baja-. ¿Vale la pena volver a meter en Azkaban a un hombre inocente por una pelea de colegiales?

¡PUM!

Del final de la varita de Snape surgieron unas cuerdas delgadas que se enroscaron alrededor de la boca, las muñecas y los tobillos de Lupin. Este cayó al suelo incapaz de moverse. Con un rugido de rabia, Black se abalanzó sobre Snape, pero este apuntó directamente a sus ojos con la varita.

- Dame un motivo para hacerlo y te juro que lo haré.

Black se detuvo en seco. Theresa se quedó paralizada. Hermione, sin embargo, dio hacia Snape un paso vacilante y dijo casi sin aliento:

- Profesor Snape, no... no perdería nada oyendo lo que tienen que decir, ¿no cree?

- Señorita Granger, me temo que vas a ser expulsada del colegio -dijo Snape-. Tú, Stone, Potter y Weasley os encontráis en un lugar prohibido, en compañía de un asesino escapado y un licántropo. Y ahora te ruego que, por una vez en tu vida, cierres la boca.

- Pero si... si fuera todo una confusión...

- ¡CÁLLATE, IMBÉCIL! -gritó Snape-. ¡NO HABLES DE LO QUE NO COMPRENDES!

- Eres tú quien no comprende, Severus -gruñó Black-. Mientras este muchacho meta su rata en el castillo -señaló a Ron-, entraré en él sigilosamente.

- No creo que tengamos que ir tan lejos... Lo único que tengo que hacer es llamar a los dementores. Estarán encantados de verte, Black... Tanto que te darán un besito...

El rostro de Sirius perdió el escaso color que tenía.

- Tienes que escucharme. La rata, mira la rata...

- Vamos todos -ordenó Snape-. Arrastraré al licántropo. Puede que los dementores lo besen también a él.

Harry cruzó la habitación con tres zancadas y bloqueó la puerta.

- ¡DA USTED PENA! ¡SE NIEGA A ESCUCHAR SÓLO PORQUE SE BURLARON DE USTED EN EL COLEGIO!

- ¡SILENCIO! ¡NO PERMITIRÉ QUE ME HABLES ASÍ! -chilló Snape-. ¡De tal palo tal astilla, Potter! ¡Acabo de salvarte el pellejo, tendrías que agradecérmelo de rodillas! ¡Te estaría bien empleado si te hubiera matado! Habrías muerto como tu padre, demasiado arrogante para desconfiar de Black. ¡APÁRTATE, POTTER!

- ¡Expeliarmo! -gritó Theresa apuntando a Snape. Pero la suya no fue la única voz que gritó. Snape fue alzado en el aire y lanzado contra la pared. Luego resbaló hasta el suelo, con un hilo de sangre que le brotaba de la cabeza. Estaba sin conocimiento.

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