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Después de las vacaciones de Navidad, Theresa llegó a Hogwarts, donde los rumores de que Hermione había sido petrificada estaban a la orden del día. Corriendo, fue a la enfermería y fue un gran alivio para ella ver a Hermione despierta, sentada en la cama, pero con la cara llena de pelo y los ojos grandes y amarillos, como los de un gato. Efectivamente, Hermione estaba convertida en gato.

- ¿Qué te ha pasado? -le preguntó Theresa. Hermione agachó la mirada-. Déjame adivinar... la Poción Multijugos no llevaba pelo humano, ¿no es así? -Hermione asintió impresionada al ver la capacidad de adivinar de la chica- ¿Harry y Ron están igual?

- No, ellos sí se convirtieron en Crabbe y Goyle -contestó.

- ¿Y entraron en Slytherin? -Hermione volvió a asentir.

- Malfoy no es el heredero de Slytherin. Ni siquiera tiene una idea de quien es -dijo, desplomándose en la camilla de la enfermería.

- No quiero decir te lo dije pero te lo dije, Hermione -sentenció Theresa, acomodándose en su sillón-. Draco dice mucho pero luego no es capaz de nada. No sería capaz de hacerle daño a nadie -negó con la cabeza y se levantó-. Bueno, hasta luego, mañana vuelvo a traerte los deberes -le dio un beso a la chica en la parte de su rostro en la que no tenía vello y salió de la enfermería, donde encontró a Draco junto a los Crabbe y Goyle verdaderos. El rubio la saludó efusivamente.

- ¡Hola, Tess!

- Hola, Draco. Hola, chicos -saludó Theresa a Crabbe y Goyle sonriendo. Estos simplemente asintieron con la cabeza. La chica fijó su mirada en Malfoy-. ¿Qué tal las navidades?

- Aburridas -rió el chico-. No vuelvo a quedarme en Hogwarts. Para las vacaciones de Pascua me voy contigo a casa, seguro es más divertido que estar aquí cenando con San Potter y los Sangre Sucia.

- Basta, Draco, no es apropiado ese insulto en estos momentos, ¿no crees?

- Bueno, está bien... A propósito, ¿dónde vas? -preguntó el chico. Theresa se encogió de hombros-. ¿Quieres que demos un paseo? -asintió. Creía que iban a ir sólos pero Crabbe y Goyle fueron con ellos.


El sol había vuelto a brillar débilmente sobre Hogwarts. Dentro del castillo, la gente parecía más optimista. No había vuelto a haber ataques después del cometido contra Justin y Nick Casi Decapitado, y a la señora Pomfrey le encantó anunciar que las mandrágoras se estaban volviendo taciturnas y reservadas, lo que quería decir que rápidamente dejarían atrás la infancia.

Theresa pensaba que tal vez el heredero de Slytherin se había acobardado. Cada vez debía de resultar más arriesgado abrir la Cámara de los Secretos, con el colegio tan alerta y todo el mundo tan receloso. Tal vez el monstruo, fuera lo que fuera, se disponía a hibernar durante otros cincuenta años.

Gilderoy Lockhart estaba convencido de que era él quien había puesto freno a los ataques. Theresa le oyó exponerlo así ante la profesora McGonagall mientras los de Gryffindor marchaban en hilera hacia la clase de Transformaciones:

- No creo que volvamos a tener problemas, Minerva. Creo que esta vez la cámara ha quedado bien cerrada. Lo que ahora necesita el colegio es una inyección de moral, ¡para barrer los recuerdos del trimestre anterior!

La idea de que Lockhart de una inyección de moral se hizo patente durante el desayuno del día 14 de febrero. Theresa no había dormido mucho a causa del entrenamiento de quidditch de la noche anterior y llegó al Gran Comedor corriendo, algo retrasada. Por un momento pensó que se había equivocado de puerta.

Las paredes estaban cubiertas de flores grandes de un rosa chillón. Del techo de color azul pálido caían confetis en forma de corazones. Theresa fue a la mesa de Gryffindor para sentarse junto a los gemelos. De camino, vio a Harry y a Ron con aire asqueados, y a Hermione riendo tontamente. Los gemelos tenían una expresión divertida cuando Theresa llegó confundida junto a ellos.

Los profesores tenían el mismo aire asqueado que la mayoría de los alumnos del comedor.

- ¡Feliz día de San Valentín! -gritó Lockhart-. ¡Y quiero dar también las gracias a las cuarenta y seis personas que me han enviado tarjetas! Sí, me he tomado la libertad de preparar esta pequeña sorpresa para todos vosotros... ¡y no acaba aquí la cosa!

Lockhart dio una palmada y por la puerta del vestíbulo entraron una docena de enanos de aspecto hosco. Pero no enanos así, tal cual; Lockhart les había puesto alas doradas y además llevaban arpas.

- ¡Mis amorosos cupidos portadores de tarjetas! -sonrió Lockhart-. ¡Durante todo el día de hoy recorrerán el colegio ofreciéndoos felicitaciones de San Valentín! ¡Y la diversión no acaba aquí! Estoy seguro de que mis colegas querrán compartir el espíritu de este día. ¿Por qué no le pedís al profesor Snape que os enseñe a preparar un filtro amoroso? ¡Aunque el profesor Flitwick, el muy pícaro, sabe más sobre encantamientos de ese tipo que ningún otro mago que haya conocido!

El profesor Flitwick se tapó la cara con las manos. Snape parecía dispuesto a envenenar a la primera persona que se atreviera a pedirle un filtro amoroso.


Los enanos se pasaron el día interrumpiendo las clases para repartir tarjetas, ante la irritación de los profesores, y al final de la tarde, cuando los de Gryffindor subían hacia el aula de Encantamientos, uno de ellos alcanzó a Theresa.

- ¡Eh, tú! ¡Theresa Stone! -gritó un enano de aspecto malhumorado, abriéndose camino a codazos para llegar a donde la chica estaba.

Ruborizándose al pensar que le iba a ofrecer una felicitación de San Valentín delante de una fila de alumnos de cuarto, entre los cuales estaban los gemelos, Theresa intentó escabullirse, sin embargo, el enano se abrió camino a base de patadas en las espinillas y la alcanzó antes de que diera dos pasos.

- Tengo un mensaje para entregar a Theresa Stone en persona -dijo rasgando el arpa.

- ¡Aquí no! -dijo Theresa tratando de escapar.

- ¡Párate! -gruñó el enano, agarrando a Theresa por la bolsa.

- ¡Suéltame!

Tanto tiraron que la bolsa se partió en dos. Los libros, la varita mágica, el pergamino y la pluma de pavo real se desparramaron por el suelo, y la botellita de tinta se rompió encima de todas las demás cosas.

Theresa intentó recogerlo todo antes de que el enano comenzara a cantar ocasionando un atasco en el corredor.

- ¿Qué pasa ahí? -era la voz fría de Draco, que hablaba arrastrando las palabras. Al ver que Theresa había ocasionado ese tumulto, abrió los ojos de par en par.

La chica intentó meterlo todo en la bolsa rota, desesperada por alejarse antes de que todos pudieran oír su felicitación de San Valentín.

- ¿Por qué toda esta conmoción? -dijo Percy Weasley, que se acercaba.

A la desesperada, Theresa intentó escapar corriendo, pero el enano se le hechó a las rodillas.

- Bien -dijo, sentándose sobre sus tobillos-, éste es tu poema de San Valentín:


Ese cabello dorado, como el sol redondeado

y los ojos verdes como un sapo en escabeche.

Quisiera que fuera mía, aunque se supone que es mi amiga,

la chica que con mi familia siempre ha hecho buenas migas.


Theresa habría dado todo el oro de Gringotts por desvanecerse en aquel momento. Se levantó con los pies entumecidos por el peso del enano, mientras Percy hacía lo que podía para dispersar al montón de chavales, algunos de los cuales reían sin parar.

- ¡Fuera de aquí, fuera! La campana ha sonado hace cinco minutos, a clase todos ahora mismo -decía, empujando a algunos de los más pequeños-. Tú también, Malfoy.

Theresa vio que Draco se acercaba a ella delante de todos, y le sacudía la ropa eliminando el poco polvo que había ido a parar a su túnica. Todos suspiraban de la impresión de ver al chico rudo haciendo eso por una leona.

- Ya sabes quién te ha mandado ese poema, Stone -gritó un chico que Theresa no conocía. Frunció el ceño mirando a Draco, sabiendo que era imposible que el chico hubiera hecho eso.

treat you better;Donde viven las historias. Descúbrelo ahora