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En la torre de Gryffindor nadie pudo dormir aquella noche. Sabían que el castillo estaba volviendo a ser rastreado y todo el colegio permaneció despierto en la sala común, esperando a saber si habían atrapado a Black o no. Theresa se quedó en su sillón de siempre, y Fred Weasley apareció sentándose en el reposabrazos del sillón y acariciándole la espalda.

- ¿Estás bien? -le preguntó en un susurro. La chica asintió mirando el fuego de la chimenea.

- Ha entrado en los dormitorios -susurró con voz queda-. Cuando oí a Ron gritar... se me pasó de todo por la cabeza -dirigió sus ojos verdes como la oliva a Fred, y el chico sintió un escalofrío en lo más bajo de su espalda.

- No va a pasar nada. Estoy seguro que no. Tengo un buen presentimiento -sonrió sin mostrar los dientes y le dio un beso en la frente a Theresa. Luego de eso, se quedaron así, en silencio, viendo como las llamas se comían la leña.

La profesora McGonagall volvió al amanecer para decir que Sirius Black se había vuelto a escapar.

Por cualquier sitio por el que pasaran al día siguiente encontraban medidas de seguridad más rigurosas. El profesor Flitwick instruía a las puertas principales para que reconocieran una foto de Sirius Black. Filch iba por los pasillos, tapándolo todo con tablas, desde las pequeñas grietas de las paredes hasta las ratoneras. Sir Cadogan fue despedido y lo reemplazó la señora gorda.

Ron se convirtió de repente en una celebridad. Por primera vez, la gente le prestaba más atención a él que a Harry, y era evidente que a Ron le complacía. Aunque seguía asustado por lo de aquella noche, le encantaba contarle a la gente los pormenores de lo ocurrido.

- Estaba dormido y oí rasgar las cortinas, pero creí que ocurría en un sueño. Entonces sentí una corriente... Me desperté y vi que una de las cortinas de mi cama estaba caída... Me di la vuelta y lo vi ante mí, como un esqueleto, con toneladas de pelo muy sucio... empuñando un cuchillo largo y tremendo, debía de medir treinta centímetros, me miraba, lo miré, entonces grité y salió huyendo.

- Pero ¿por qué se fue? -preguntó Ron a Harry y a Theresa cuando se marcharon las chicas de segundo que habían estado escuchando al pelirrojo.

Theresa no podía sacarse esa pregunta de la cabeza. ¿Por qué Black, que se había equivocado de cama, no había decidido silenciar a Ron y luego dirigirse hacia la de Harry?

- Quizá se diera cuenta de que le iba a costar salir del castillo cuando gritaste y despertaste a los demás -dijo Theresa-. Habría tenido que matar a todo el colegio para salir a través del retrato... Y entonces se habría encontrado con los profesores.

Neville había caído en desgracia. La profesora McGonagall estaba tan furiosa con él que le había prohibido las futuras visitas a Hogsmeade, le habían impuesto un castigo y le había dicho a los demás que no le dieran la contraseña para entrar a la torre. El pobre Neville se veía obligado a esperar cada noche la llegada de alguien con quien entrar. Ninguno de aquellos castigos, sin embargo, era ni sombra del que su abuela le reservaba; dos días después de la intrusión de Black, envió a Neville lo peor que un alumno de Hogwarts podía recibir durante el desayuno: un vociferador.

Neville se atragantó cuando una enorme lechuza aterrizó ante él, con un sobre rojo en el pico. Harry, Ron y Theresa, que estaban sentados al otro lado de la mesa, reconocieron en seguida la carta. También Ron había recibido el año anterior un vociferador de su madre.

Neville cogió el sobre y, sujetándolo como si se tratara de una bomba, salió del Gran Comedor corriendo, mientras la mesa de Slytherin, al verlo, estallaba en carcajadas. Oyeron al vociferador en el vestíbulo. La abuela de Neville gritaba que había llevado la vergüenza a la familia, con su voz cien veces amplificada mediante magia.

Esa tarde, Theresa se quedó con Hermione en la sala común mientras Ron y Harry iban a visitar a Hagrid. Las dos chicas habían estado inmersas en la lectura sobre los hipogrifos y habían encontrado una muy buena ayuda para el juicio contra Buckbeak, que sería este viernes.

Ron y Harry volvieron a la sala común a las nueve en punto. Un grupo numeroso de gente se amontonaba frente al salón de anuncios.

- ¡Hogsmeade el próximo fin de semana! -dijo Ron-. ¿Qué vas a hacer? -preguntó a Harry en voz baja, sentándose.

- Bueno, Filch no ha tapado la entrada del pasadizo que lleva a Honeydukes -dijo Harry aún más bajo.

- Harry -dijo Hermione, acercándose a ellos junto a Theresa-. Harry, si vuelves otra vez a Hogsmeade... le contaré a la profesora McGonagall lo del mapa.

- ¿Oyes a alguien, Harry? -masculló Ron, sin mirar a Hermione.

- Ron, ¿cómo puedes dejarle que vaya? ¡Después de lo que estuvo a punto de hacerte Sirius Black! Hablo en serio. Le contaré...

- ¡Así que ahora quieres que expulsen a Harry! -dijo Ron, furioso-. ¿Es que no has hecho ya bastante daño este curso?

Hermione se fue hacia los dormitorios de las chicas, corriendo.

- ¡Eres un idiota, Ron! -gritó Theresa, haciendo que el pelirrojo se sorprendiera.

- ¿Ahora a ti qué te pasa?

- Hermione está muy mal, eso es lo que me pasa. Se encuentra sola. Primero no le hablabais por lo de la Saeta de Fuego. Ahora no le habláis por culpa del gato.

- ¡Se comió a Scabbers!

- ¡Porque su gato hizo lo que todos los gatos! ¡O eso es lo que tú crees! Ha llorado, ¿sabéis? Está pasando por momentos muy difíciles. Entre todo el trabajo que tiene que abarcar y esto...

- Es normal que esté enfadado -intentó defenderse Ron.

- Tengo que deciros que creía que valorabais más a vuestra amiga que a las escobas o las ratas. Nada más -dijo la chica y Harry y Ron se miraron azorados-. Sufrió mucho cuando se enteró de que Black había estado a punto de matarte, Ron. Hermione es buena. Y vosotros dos no sabéis valorarlo.

Dejó a Ron con la palabra en la boca y subió a los dormitorios de las chicas. Estaba realmente cansada de ese día. Se puso su camisón y se metió en la cama, no sin antes desearle un <Buenas noches, Herms.> a su mejor amiga por siempre.

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