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Theresa pasó el resto del viaje junto a Fred, George y Lee, y en la recta final del trayecto, se unieron Angelina Johnson y Katie Bell, sus compañeras cazadoras del equipo de quidditch.

Las tres chicas fueron a ponerse la túnica del colegio y justo cuando Theresa se ató los cordones de los zapatos, el expreso de Hogwarts aminoró la marcha hasta detenerse en la estación de Hogsmeade, que estaba completamente oscura.

Se encaminaron por el andén con el resto del alumnado. Cien carruajes sin caballo los esperaban a la salida de la estación. Theresa, Fred, George y Lee subieron agradecidos a uno de ellos, pues era imposible lidiar con la tormenta que había fuera. La puerta se cerró con un golpe seco y un momento después, con una fuerte sacudida, la larga procesión de carruajes traqueteaba por el camino que llevaba al castillo de Hogwarts.


El Gran Comedor, decorado para el banquete de comienzo de curso, tenía un aspecto tan espléndido como de costumbre, y el ambiente era mucho más cálido que fuera. A la luz de cientos y cientos de velas que flotaban en el aire sobre las mesas, brillaban las copas y los platos de oro. Las cuatro largas mesas pertenecientes a las casas estaban abarrotadas de alumnos que charlaban. Al fondo del comedor, los profesores se hallaban sentados a lo largo de uno de los lados de la quinta mesa, de cara a sus alumnos. Theresa, Fred y George pasaron por delante de los estudiantes de Slytherin, de Ravenclaw y de Hufflepuff, y se sentaron con los demás de la casa de Gryffindor al otro lado del Gran Comedor.

Theresa miró la mesa de los profesores. Había más asientos vacíos de lo normal. Hagrid, por supuesto, estaría todavía abriéndose camino entre las aguas del lago con los de primero; la profesora McGonagall se encontraría seguramente supervisando el secado del suelo del vestíbulo; pero había además otra silla vacía, y no caía en la cuenta de quién era el que faltaba.

- ¿Dónde está el nuevo profesor de DCLAO? -preguntó George.

Nunca habían tenido un profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras que les durara más de un curso. Recorrió la mesa de los profesores de un lado a otro: no había ninguna cara nueva.

- ¡Que se den prisa! -gimió Theresa, dejando caer su cabeza en el hombro de Fred-. Podría comerme un hipogrifo.

No había acabado de pronunciar aquellas palabras cuando se abrieron las puertas del Gran Comedor y se hizo el silencio. La profesora McGonagall marchaba a la cabeza de una larga fila de alumnos de primero, a los que condujo hasta la parte superior del Gran Comedor. Si Theresa, Fred y George estaban mojados, lo suyo no era nada comparado con lo de aquellos alumnos de primero. Más que haber navegado por el lago, parecían haberlo pasado a nado. El único que no temblaba de frío era el más pequeño de todos, un muchacho de pelo castaño desvaído que iba envuelto en lo que Theresa reconoció como el enorme abrigo de piel de topo de Hagrid. Su carita salía del cuello del abrigo con aspecto de estar al borde de la conmoción. Theresa vio a Colin Creevey, que estaba frente a su asiento, levantar dos veces el pulgar para darle a entender que todo iba bien. El pequeño dijo sin hablar, moviendo sólo los labios: <¡Me he caído del lago!> Parecía completamente encantado por el accidente. Theresa sonrió.

La selección comenzó. Chicos y chicas con diferente grado de nerviosismo en la cara se iban acercando, uno a uno, al taburete de cuatro patas. Dennis Creevey, el hermano de Colin, fue seleccionado también para Gryffindor.

- ¡Vamos, deprisa! -dijo Theresa, frotándose el estómago.

- ¡Por favor, Tessa! Recordad que la Selección es mucho más importante que la comida -le dijo Nick Casi Decapitado.

La ceremonia dio fin. La profesora cogió el sombrero y el taburete, y se los llevó. El profesor Dumbledore se puso en pie. Sonreía a los alumnos, con los brazos abiertos en señal de bienvenida.

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