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Theresa abrió los ojos con el ruido de voces lejanas. Los tuvo que volver a cerrar debido a la luz de la mañana. Los volvió a abrir lentamente, y distinguió a una cabellera pelirroja en los pies de la cama.

- Has despertado... -susurró el chico, acercándose más a ella.

- ¿Qui... quién eres tú? -preguntó Theresa con el ceño fruncido-. ¿Dónde estoy?

- T-Tessa... -dijo el pelirrojo mientras empalidecía-. Soy yo -la voz le temblaba-. Soy Fred. ¿No te acuerdas de mí? ¿No me recuerdas?

- Lo siento, Fred, pero... ¡Has caído en mi broma! -Theresa no podía parar de reír. Sentía las lágrimas luchando por salir de sus ojos. Fred dio un suspiro de alivio, pero soltó algunas feas palabras de su bocota.

- Estaba apunto de desmayarme, lo juro -dijo el chico, poniéndose una mano en el pecho y volviendo a suspirar.

- Lo siento, te la debía -la chica le sacó la lengua.

Luego de eso, el señor Weasley usó la magia para desmontar las tiendas, y dejaron el cámping tan rápidamente como pudieron. Al pasar por al lado del señor Roberts, el muggle al que hechizaron, vieron que tenía un aspecto extraño, como de aturdimiento. El muggle los despidió con un vago <Feliz Navidad>.

- Se recuperará -aseguró el señor Weasley-. A veces, cuando se modifica la memoria de alguien, al principio se siente desorientado... y es mucho lo que han tenido que hacerle olvidar.

Al acercarse al punto donde se hallaban los trasladores oyeron voces insistentes. Todos los magos que estaban allí deseaban irse del cámping lo antes posible, pero los Weasley tuvieron que ponerse a la cola. Cogieron un neumático viejo que los llevó a la colina de Stoatshead. Regresaron por Ottery St. Catchpole hacia La Madriguera, hablando muy poco porque estaban cansados y no pensaban más que en el desayuno. Cuando doblaron el recodo del camino y La Madriguera apareció a la vista, les llegó por el húmedo camino el eco de una persona que gritaba:

- ¡Gracias a Dios!

La señora Weasley corrió hacia ellos, todavía calzada con las zapatillas que se ponía para salir de la cama, la cara pálida y tensa y un ejemplar estrujado de El Profeta en la mano.

- ¡Arthur, qué preocupada me habéis tenido, qué preocupada!

Le echó a su marido los brazos al cuello, y El Profeta se le cayó de la mano. Al mirarlo en el suelo, Theresa distinguió el titular <Escenas de terror en los Mundiales de quidditch>, acompañado de una centellante fotografía en blanco y negro que mostraba la Marca Tenebrosa sobre las copas de los árboles.

- Estáis todos bien -murmuraba la señora Weasley como ida y mirándolos a todos con los ojos enrojecidos-. Estáis vivos, niños...

Y para sorpresa de todo el mundo, cogió a Fred y George y los abrazó con tanta fuerza que sus cabezas chocaron.

- ¡Ay!, mamá... nos estás ahogando...

- ¡Pensar que os reñí antes de que os fuerais! -dijo la señora Weasley, sollozando-. ¡No he pensado en otra cosa! Que si os atrapaba Quien-Vosotros-sabéis, lo último que yo os había dicho era que no habíais tenido bastantes TIMOS. Ay, Fred... George...

- Vamos, Molly, ya ves que estamos todos bien -le dijo el señor Weasley en tono tranquilizador, arrancándola de los gemelos y llevándola hacia la casa. Fred le dedicó una fugaz mirada a Theresa, y la chica le agarró de la mano y le sonrió.

Una vez que hubieron entrado todos, algo apretados, en la pequeña cocina y que Hermione hubo preparado una taza de té muy fuerte para la señora Weasley, todos comenzaron a desayunar.

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