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El día de Navidad, Theresa y Hermione se habían despertado a la vez y abrieron juntas sus regalos. Más tarde, se encontraron con Ron y Harry en la sala común y bajaron juntos a desayunar. Se pasaron casi toda la mañana en la torre de Gryffindor, disfrutando de los regalos, y luego bajaron al Gran Comedor para tomar un magnífico almuerzo que incluyó al menos cien pavos y budines de Navidad.

Por la tarde salieron del castillo: la nieve se hallaba tal cual había caído, salvo por los caminos abiertos por los estudiantes de Durmstrang y Beauxbatons desde sus moradas al castillo. En lugar de participar en la pelea de bolas de nieve entre Harry y los Weasley, Theresa y Hermione prefirieron contemplarla, y a las cinco anunciaron que volvían al castillo para prepararse para el baile.

- Pero ¿os hacen falta tres horas? -se extrañó Ron-. ¿Con quién vais? -gritó cuando ya se iban, pero ellas se limitaron a hacer un gesto con la mano y entraron al castillo, dirigiéndose a su habitación para prepararse.

Theresa estaba muy emocionada. Su madre le contó que casi se desmayaba cuando Theresa le dijo que iría al baile con Draco, y que a Narcissa le pasó lo mismo. La chica observó su vestido, que estaba levitando verticalmente para que no se arrugara. Ella y Hermione se ayudaron recíprocamente con el leve maquillaje y el peinado, y dos horas y media más tarde, ya estaban casi listas.

- Baja tú, Tess, yo voy más tarde -dijo Hermione, al ver que Theresa ya estaba completamente lista. Se despidió de ella y bajó a la sala común. Para su sorpresa, Fred y George estaban ahí. La chica intentó ignorarlos pero el segundo la llamó con un grito.

- Ven aquí -le dijo George. Theresa intentó hacer como si no hubiera escuchado nada. George se puso frente a ella de un salto-. ¿Vas a ignorarme a mí también? -dijo dolido. Theresa miró al suelo-. Estás guapísima -dijo George, que miraba de reojo a su hermano, el cual estaba con Lee Jordan, los tres con unas túnicas de gala negras.

- Gracias -dijo Theresa ruborizada-. Tengo que irme... Mi pareja me espera -dijo lo bastante alto como para que Fred se enterara pero no tan alto como para parecer que gritaba. George asintió y la chica salió del retrato.

Llevaba un precioso vestido blanco de seda con corte imperio, que dejaba su espalda descubierta y la falda tenía una caída sin vuelo, haciendo que no fuera un vestido entallado, sino que se moviera con la pequeña brisa que sus apresurados pasos emitían. Se había recogido el pelo en un moño desordenado, se había puesto una pequeña diadema de plata, al igual que todos sus accesorios. Se había maquillado levemente con un poco de rímel y brillo labial. Nunca se había visto tan guapa. Pero, sobretodo, estaba deseando que todo el mundo viera a Hermione: eso sí que iba a ser lo mejor de la noche.

Se encontró con Draco en las enormes puertas de roble del Gran Comedor. El chico llevaba una túnica negra de terciopelo con cuello alzado. Estaba guapísimo.

- Hola -dijo mirándola con los ojos muy abiertos-. Estás... Wow... Eres... Vaya.

Theresa rió nerviosa ante las palabras de Draco.

- Igualmente -dijo guiñándole un ojo, haciendo que Draco diera una carcajada. El rubio le tendió el brazo para que enroscara el suyo en él, y así lo hizo. Ambos pasaron por las enormes puertas, ganándose las miradas de todos. Theresa estaba irreconocible: si la chica no era fea, pero nunca se había esmerado tanto en arreglarse. Siempre iba con su coleta de caballo y su cara de recién levantada. No estaba segura si se había esmerado tanto por ella misma, o por plantarle cara a Fred.

Habían recubierto los muros del Gran Comedor de escarcha con destellos de plata, y cientos de guirnaldas de muérdago y hiedra cruzaban el techo negro lleno de estrellas. En lugar de las habituales mesas de las casas había un centenar de mesas más pequeñas, alumbradas con farolillos, cada una con capacidad para unas doce personas.

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