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- ¡Hasta el próximo verano! -gritó Harry. Los Weasley se rieron a carcajadas. Theresa tenía una sonrisa de oreja a oreja. Harry se recostó en su asiento, feliz.

- Suelta a Hedwig y que nos siga volando -propuso Theresa. George le pasó la horquilla a Harry y en un instante, Hedwig salía alborozada por la ventanilla y se quedaba planeando al lado del coche, como un fantasma.

- ¿Qué es lo que ha ocurrido, Harry? -le preguntó Ron.

Harry les explicó que un elfo doméstico llamado Dobby había entrado en su habitación advirtiéndole que no fuera a Hogwarts ese año. Theresa estaba segura de que Dobby era el elfo de los Malfoy, no era común que dos elfos se llamasen igual.


- Muy sospechoso -dijo Fred.

- ¿Creéis que me está mintiendo? -preguntó Harry.


- Bueno, tengamos en cuenta que los elfos domésticos tienen mucho poder mágico, pero normalmente no lo pueden utilizar sin el permiso de sus amos. Me da la impresión de que llevaron al viejo Dobby para impedirte que regresaras a Hogwarts. Una especie de broma. ¿Hay alguien en el colegio que tenga algo contra ti?


- Draco Malfoy -contestó-. Me odia.


- ¿Draco Malfoy? -miró Fred a Theresa, con una expresión de enfado- Tú lo conoces, ¿no, Tess?


La chica simplemente asintió.


- ¿Y sabes si Dobby es el elfo de los Malfoy? -preguntó esta vez George. La chica negó.

- No tengo la más remota idea. Normalmente son ellos los que vienen a mi casa.

- Bueno, sea quien sea, tiene que tratarse de una familia de magos de larga tradición, y deben de ser ricos -observó Fred.

- Sí, mamá siempre dice que querría un elfo que le planchase la ropa. Pero lo único que tenemos es un espíritu asqueroso y malvado en el ático, y el jardín lleno de gnomos. Los elfos domésticos están en grandes casas solariegas y en castillos y lugares así, y no en casas como la nuestra -dijo George.

- ¿En tu casa hay elfos, Tessa? -preguntó Ron, sin quitar la vista del cielo.

- Hay uno, se llama Porgs. Ya es bastante viejito, pero me trata muy bien.

Harry estaba callado.

- Estoy muy contento de que hayamos podido rescatarte -le dijo Ron a Harry-. Me estaba preocupando de que no respondieras a mis cartas. Al principio le echaba la culpa a Errol...

- ¿Errol? -preguntaron Theresa y Harry.

- Nuestro búho. Pero está viejo. No sería la primera vez que le da un colapso al hacer una entrega. Así que intenté pedirle a Percy que me prestara a Hermes...

- ¿Quién?

- El búho que nuestros padres le compraron cuando lo nombraron prefecto -dijo Fred, mientras le hacía una trenza en el pelo a Theresa.

- Pero Percy no quiso dejármelo -añadió Ron-. Dijo que lo necesitaba él.

- Este verano, Percy se está comportando de forma muy rara. Ha estado enviando montones de cartas y pasando muchísimo tiempo encerrado en su habitación... -dijo George, frunciendo el ceño.

- Llegaremos dentro de diez minutos -dijo Ron-. Menos mal, porque se está haciendo de día.

El coche descendía.

- ¡Aterrizamos! -exclamó Fred cuando, con una sacudida, tomaron contacto con el suelo. Aterrizaron junto a un garaje en ruinas en un pequeño corral.

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