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- ¡Estoy lista mami! –Apareció Kath con su pequeña mochila a espaldas, miré a Alejandro esperando encontrar en su mirada el valor que me hacía falta.

- Bien –Sonreí, luego de que él asintiera dándome valor.

- Escúchame, es sólo la abuela, todo estará bien –Tomó mi rostro entre sus manos, cuando Katheryn no miraba y besó mi frente.

- Todo estará bien –Repetí mecánicamente.

Entré al auto, acariciando los rubios cabellos de mi hija y la miré, sonreía como hacía mucho tiempo no lograba que sucediera, me había confesado que tenía la esperanza de ver a su padre y aquello me hizo llorar.

- ¿Mami? –Dijo justo cuando llegamos al aeropuerto.

- Mande, amor –La miré sonriendo.

- ¿Vendrá Alejandro? –Parecía no agradarle la idea.

- ¿Deseas que venga? –Él sonrió.

- No –Susurró a mi oído– quiero que papi vuelva –De nuevo fue un susurro.

- Vayamos al avión ¿Bien? –Asintió.

- No lo lamentes, es su padre, nunca nadie podrá remplazarlo –Me dijo Alejandro cuando Kath ya no escuchaba.

- No sé cómo decirle que ya no volverá –No pude mirarlo a los ojos.

- Primero debes estar segura de ello Lia y después ella lo comprenderá.

- ¿Por qué crees que no estoy segura?

- No puedes mencionarlo mirándome a los ojos, te apena sentir algo por él, mientras yo estoy amándote –Negué.

- Volveremos en una sema –Besé su mejilla y caminé en dirección a mi hija, intentando que no me acompañara.

Estaba en extremo nerviosa, Hilda me había asegurado que se encargaría de que Michael no fuera a Italia mientras nosotras estuviéramos en el lugar, era una de mis condiciones para poder llevar a Katheryn.

Abordamos y enseguida la niña se quedó dormida, yo no pude si quiera tomar una siesta, mi cabeza estaba llena de dudas e ideas. Lo único que me mantenía era saber que ya no era la chiquilla manipulable que ellos habían conocido, había aprendido a fortalecerme y eso nadie podría cambiarlo. Una mujer fuerte, por los golpes de la vida, es casi indestructible.

Luego de un vuelo de casi 16 horas, por fin llegamos, en el aeropuerto acordamos que ella estaría esperándonos para llevarnos desde Florencia hasta la casa que Michael había comprado, la que conocí cuando recién nos casamos.

- ¡Abuela!

- ¡Rayito de sol! –Se abrazaron de inmediato e Hilda comenzó a llorar– Perdón, hola Elizabeth –Se acercó para besar mi mejilla.

- Hola Hilda –Le correspondí un abrazo.

- Pero si estás enorme –Le dijo a mi pequeña, quien no dejaba de mirarla.

- He traído algo, te hice dibujos –Comenzó a buscar en su mochila mientras caminábamos al estacionamiento.

- Hey –Acaricié su cabello– Dentro del auto se los muestras, puedes perderlos –Le pedí al sentir el viento.

Llegamos al auto y no perdió tiempo, comenzó sacando su cuaderno de la clase de pintura y a mostrarle todo lo que había hecho en ese tiempo.

- ¿Te gustaría ser artista? –Le preguntó su abuela emocionada.

- Sí, quiero ser muy inteligente como papá –Me miró orgullosa, siempre intenté hablarle de él sólo lo bueno.

- ¿Tu madre te ha hablado de él? –Asintió emocionada.

Flores en tu peloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora