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Pasaron varios meses más, estábamos arreglando todo para volver a Alemania, Michael estaba más paranoico que nunca, hasta ese momento había incumplido su promesa de no volver a golpearme, tenía un par de marcas por el cuerpo debido a que me tomaba con demasiada fuerza, sin embargo evitaba a toda costa la cara, verme el rostro marcado era como si le derramaran alcohol en una herida. Katheryn tenía 7 meses y era nuestra última semana en US.

Era miércoles por la mañana y como siempre, todo comenzaba mal.

- Te extraño demasiado Elizabeth, extraño la mujer llena de vida que solías ser –Pasó un mechón de cabello detrás de mis orejas y cuando intentó besarme giré el rostro– ¿Lo ves? ¿Ves lo que me haces? –Gritó, haciéndome retroceder con mucho temor.

- Debo ver a Katheryn –Susurré mientras limpiaba mis lágrimas.

- ¡Ella está bien! –Dijo enfadado.

- Michael basta por favor –Sollocé mientras de reojo lo veía caminar de un lado a otro.

- Es que tú tienes la culpa –Golpeó la puerta y me hice un ovillo en el suelo –Claro que sí, tú me obligas a herirte ¿Por qué Elizabeth? Si tan solo dejaras de comportarte como una maldita zorra, todo sería mejor –Se llevó las manos a la cara y limpió sus lágrimas.

¿Qué debía responder a aquello? Ante acusaciones que para él eran completamente reales, ante gritos y rabietas, todo lo que salía de él era lleno de ira.

- Mírame –Se inclinó delante de mí y con fuerza me levantó el rostro, de pronto sus ojos comenzaron a gotear y pegó su frente a la mía– No, no, no, no soporto la idea de perderte, no, no, no –Susurró– Debo ir a la oficina, esta tarde nos vemos en las clases de baile, se puntual.

Luego, como si nada hubiera sucedido, se retiró de la habitación.

Todo había comenzado por mis estúpidos intentos de querer salir de casa, de ir a la universidad y tener una vida un poco normal, cada una de mis palabras derivaba en que me llamara, golfa, zorra, mujerzuela. A veces no comprendía como podía lograr herirme tanto.

Al final tenía razón, no era más que eso, una mujerzuela que él había sacado de las calles, una zorra que se vendía para sobrevivir, estaba mentalizándome en comprender porque se sentía así.

- ¿Está bien señora? –Se acercó cautelosa Mar.

- Sí, sí ¿Katheryn?

- Ella está dormida, acabo de verla ¿Necesita algo?

- No Mar, gracias –Sonreí y caminamos juntas en dirección a la cocina.

- Señora –Dijo dudosa mientras picaba un poco de fruta para mí– No quiero meterme, usted sabe que yo firmé ese contrato de confidencialidad, pero si usted me lo pide...

- Mar...

- Yo podría llamar a la poli...

- ¡Mar! –Dije fuerte, logrando que me mirara asustada– si no deseas tener problemas no repitas eso jamás ¿Entendiste? –Asintió un poco avergonzada y yo aparentando estar furiosa tomé el plato de fruta y me fui. Sabía que ella tenía buenas intenciones, pero no podía ni imaginar lo que lograría.

Estuve un par de horas rondando por la casa, leyendo, tirándome al sol, mirando a la nada y cuidando de Katheryn, cuando casi eran las 5:00 pm por mi mente cruzo la idea de visitar a Michael en su oficina, pedirle que cenáramos juntos y firmar, por enésima vez en el mes, la paz, antes de ir a la clase de baile. Fui por mi pequeña Katheryn, luego de arreglarme para él, llamé a la chofer, sí, mujer, hasta ese grado desconfiaba Michael de mí.

Flores en tu peloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora