Los vecinos guardan secretos.

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—Hola, Landa.

—Hola, Lipe.

—¿Qué llevas ahí?

—Un libro que le presté al profesor Vicens y me ha devuelto hoy.

—Ya veo. Escucha... Quería preguntarte algo desde hace tiempo...

—Sí, dime.

—¿Te gustaría ir a ver una película conmigo? Podemos tomar un helado también...

Lo miré y él me regaló una sonrisa dulce.

—Vaya, Lipe. Eres muy amable. Es solo que esta tarde tengo que ir al teatro y bueno...

—Descuida. No tiene que ser hoy. Puede ser uno de estos días que estés libre. Piénsalo.

Le sonreí.

—De acuerdo.

Lipe y yo nos despedimos.

Esa tarde al volver a casa, vi a una niña pequeña jugando con una muñeca junto a la puerta del sótano-departamento de la izquierda. Supuse que era la hija de los Mollison, los nuevos inquilinos, pero mamá y papá no me habían comentado nada sobre una hija. Me pareció raro encontrarla solita ahí. Recordé cuando vi la casa de muñecas el día que los Mollison se mudaron y deduje que probablemente le pertenecía a ella.

—Hola —le dije con un tono amable.

Ella me miró sorprendida. Estaba tan concentrada con su muñeca que no me había sentido llegar.

—Me llamo Landa. Landa Font. ¿Y tú?

La pequeña me miró de pies a cabeza, pero no me respondió. Lucía algo asustada.

—Está bien. Somos vecinas. Yo vivo en esa puerta. Tú vives ahí ¿no es cierto? —pregunté señalando la de ella.

La pequeña asintió. Ella no parecía tener intenciones de hablar, así que lancé un suspiro. En ese momento salió la señora Mollison y la niña se escondió detrás de su madre.

—Oh, Landa. Veo que ya conociste a nuestra hija.

—Sí, eso creo. Yo no sabía que tenían una hija...

La señora Mollison miró a la niña y suspiró.

—Es algo tímida... No hace amigos. Casi nunca sale. Decidimos que la mejor opción era que estudie en casa... No queremos obligarla. Ya sabes... Hablamos con un psicólogo.

Volví la mirada hacia la pequeña que también me miraba con expresión curiosa detrás de su madre.

—¿Cuál es su nombre? —pregunté sin apartar la vista de ella.

—Dile tu nombre a nuestra vecina, cariño.

La niña miró a su madre dubitativa, luego volvió a mirarme y con una voz aguda y bajita dijo:

—Libby.

Sonreí.

—Es un placer conocerte, Libby.

—Vamos, cariño. Es hora de entrar — La vecina se despidió y metió a su hija al departamento.

Me quedé mirando la puerta cerrada pensando en Libby. Había algo muy raro en ella.

En ese momento, la vecina del sótano-departamento de la derecha salió llevando un enorme paquete envuelto hacia la basura.

—Buenas tardes, disculpe... Buenas tardes —dije tratando de llamar su atención mientras me acercaba a ella.

—Buenas tardes —contestó sin mirarme mientras ponía el paquete en el bote.

—Disculpe... ¿Qué lleva ahí?

La mujer me miró de pies a cabeza.

—¿Y a ti qué te importa, niña?

La miré sorprendida. No esperaba que fuese a ser tan grosera, y no supe cómo reaccionar.

—Bue... Bueno... Yo...

—¿No tienes algo mejor que hacer que preguntarte qué hay en la basura de tus vecinos? Já.

Después de eso, regresó hasta su departamento y cerró la puerta. Me tomó un par de segundos en recuperarme de aquello. Me fijé que la mujer no tuviera intenciones de salir y tomé el paquete que había tirado. Al desenvolverlo en mi habotación, descubrí otra pintura. Era la misma muchacha rubia que estaba en todas las demás. Sabía que aquella persona tenía algo que ver con mi vecina... y algo en mí, sabía que tenía que descubrirlo.


Landa.


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