Pequeñas Mentiras.

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Viernes, hora del almuerzo.

Estoy estudiando mucho para la audición de hoy. Me siento muy nerviosa. Phil sólo me dio un día y por el mismo motivo no me pidió perfección, sólo que representara unas cuantas líneas. Sin embargo, me sé al derecho y al revés todos mis diálogos (Deidre no dice nada más que un par de frases).

Pero no estoy preocupada por el libreto, estoy preocupada por la representación. Odio estar enfrente de un público, y que ellos me miren, y me escuchen, y se rían si luzco patética. Además, ellos son actores... Han estado en el club de teatro desde hace año y deben reconocer perfectamente una mala actuación de una buena actuación.

Y aparte, está Thomas. Él va a estar ahí mirándome... Quisiera ser como Gina, que puede repetir sus diálogos sin dificultad mientras las bonitas facciones de su cara representan la viva escena. Yo en su lugar, apenas llegaré hasta el escenario convulsionando y a punto de desmayarme. ¿Creen que estoy exagerando? Yo no lo creo...

Con respecto a Tom, ayer no contesté a su mensaje. Aún sigo un poco enojada, sobre todo porque imaginé que yo estoy aquí sufriendo una crisis de nervios mientras él debe estar por ahí riendo y disfrutando mi desgracia, ostentado su talento de actor y su hermoso rostro.

Supongo que debería perdonarle porque sólo trato de conseguirme un castigo agradable, y él no sabía acerca de mis problemas de pánico escénico...

En la clase de matemáticas intenté concentrarme mucho, primero: para no pensar en la audición, segundo: porque últimamente no he estado muy bien en esta materia. En la ciudad nunca había tenido problemas, pero al parecer la profesora Marielle Scodelario me ha cogido cierto fastidio y las miradas fulminantes que me lanza no son muy agradables, y hacen que me ponga nerviosa, pese a que no es una mujer muy intimidante: bajita, pelo espongoso y teñido de rojo, con un pañuelo en el cuello, un par de calcetines que deberían llegarle a las rodillas pero en su lugar, se escurren por sus delgadas piernas, unos enormes y gruesos anteojos, y unos ruidosos zapatos de hule negros que rechinan cada vez que camina (No opinaría mucho, esos zapatos parecen bastante cómodos.)

Como decía, intenté concentrarme, y la mirada reconfortante de Jenna, Erick y Niko (bueno la de Niko tuve que encontrarla detrás de todos esos mechones rubios que le cubren la mitad de la cara) me alegraron un poco. El hecho de tener amigos y que haría algo divertidísimo con ellos esta noche, era suficiente para hacer que me olvidara de los problemas.

Sin embargo, cuando crucé mi mirada con rostro meditabundo y preocupado de Anna, tuve que angustiarme de nuevo. Anna era una linda persona, y un chico malvado y extorsionador le había puesto el ojo. Anna era su pequeña presa y Simon la había dejado sin escapatoria. Me pregunté qué sería lo peor que pudiese pasar si ella lo dejase plantado. Primero pensé que Simón se enojaría muchísimo y se desquitaría con alguien más. Luego recordé la historia de aquellos dos chicos a los que Simon Riggs había fotografiado en el peor momento de sus vidas, y pensé en Anna en aquella situación. También recordé que Anna vivía sola con su padre, y no conocía los límites de este chico. ¿Y si se metía con el padre de Anna? Eran muchas las ideas que rondaban mi cabeza y el miedo me inundó. ¿Desde cuándo los problemas de Anna se convirtieron en mis problemas? Ya sé ¿Qué tal si la acompañaba a la fiesta? Ni hablar, nadie necesitaba recordarme que yo no estaba invitada. Es más, puedo apostar que habrá un par de hombres grandotes y musculosos vigilando la entrada, para asegurarse de que yo no pise ni siquiera la acera.

-¡Señorita Font! -se escuchó retumbante en el salón después de un sonoro reglazo sobre mi pupitre. -¿Se puede saber en qué tanto piensa?

Me quedé congelada, mirando los enormes ojos que aquellos feos anteojos le hacían lucir a la profesora Scodelario.

Holanda.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora