Libby Mollison.

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—Este es Gustav. Sé que se ve raro porque los botones de sus ojos son diferentes... Una vez el perro del vecino intentó comérselo y mamá tuvo que remendarlo con un botón de la camisa de papá para que yo dejara de llorar. Es muy valiente... Y es el mejor amigo que jamás he tenido. Si tengo miedo... él está ahí para decirme que todo va a salir bien.

Libby le echó una mirada examinadora y luego volvió la vista hacia mí sin decir nada. Tomé a Gustav de los brazos y fingí una voz aguda.

Hola, Libby. ¿Cómo estás? —dije extendiéndo el brazo de Gus para saludar. Libby lo miró dudosa y luego tomó su brazo. Yo empecé a sacudirlo de arriba a bajo fingiendo un estrechón de manos, y la pequeña empezó a reír —¿Quieres que seamos amigos? —Libby asintió y yo reí —. ¿Cómo se llama tu muñeca? —pregunté.

Libby la miró y sonrió.

—Bonnie.

—Ese es bonito.

Observé a la pequeña por unos instantes. Ella tomó a Gustav y lo acercó a su muñeca para que se conocieran. En ese momento recordé que Gus jamás había estado en brazos de otra niña aparte de mí. No porque yo no quisiera prestarlo, sino porque yo no tenía amigas con quién jugar. Libby me recordaba mucho a mí... Una niña solitaria y sin amigos.

—¿Cuántos años tienes, Libby?

—Seis —dijo con su voz bajita. Sonreí.

—¿No vas a la escuela?

Ella negó con la cabeza, y luego empezó a acariciar tímidamente la nariz de Gus.

—Mamá me enseña cosas en casa.

—Antes de mudarte a Little Pine ¿Ibas a la escuela? —pregunté. Libby negó otra vez sin mirarme. —¿No te gustaría ir?

Ella se encogió de hombros mientras peinaba a Bonnie con sus dedos.

—Apuesto que harías muchos amigos. ¿No quieres tener amigos?

Libby me miró por fin. Tenía una expresión extraña... Algo preocupada.

—No lo sé...

—¿Por qué? Hacer amigos es algo muy divertido... Tus amigos te cuidan, te ayudan, te hacen reír... y te hacen vivir muchas aventuras. Tener amigos es lo más lindo del mundo...

Libby miró a Gus una vez más y sonrió.

—Gustav y yo somos amigos. Me preguntó si quería que seamos amigos...

Medio sonreí y suspiré. Gustav era un gran amigo, pero yo me refería a otros niños.

Recordé lo que la señora Mollison me había dicho. Habían consultado a un psicólogo y éste les había dicho que lo mejor era no obligar a su hija a salir debido a su timidez, pero yo lo encuentro demasiado absurdo. No lo entiendo. Mi familia prácticamente me obligó a mudarme a un pueblo diferente e ir a una escuela llena de gente desconocida, y ahora yo tenía amigos maravillosos y la confianza suficiente para enfrentar a una vecina de cabello púrpura que tira pinturas maravillosas a la basura o ir durante la noche a una cabaña del terror en medio de la noche con un chico pelirrojo que me volvía loca.

No podía permitir que Libby crezca siendo una niña solitaria... No quería eso para ella. No quiero que ninguna niña en el mundo crezca sin amigos... No sabiendo lo que es vivir así.

—¿También puedo ser tu amiga, Libby?

Ella sonrió y asintió.

Después de eso nos pasamos jugando juntas el resto de la tarde.


Landa.

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