Dane.

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Llegué a casa agotada. Lo único que quería hacer era tirarme en mi cama y dormir. Mientras me disponía a subir las escaleras, escuché música. Era algo muy pesado y provenía de la habitación de Dane. Entonces recordé todo lo que había pasado esa mañana, y llena de furia corrí hasta su habitación, azoté la puerta y cerré de un golpe su laptop.

—¿Qué demonios, Landa?

—¿Cómo pudiste hacer eso? ¿Cómo pudiste simplemente ignorarlo y no decir nada?

—¿Qué esperabas que hiciera? ¿Mandar a callar a Simon?

—¡Sí! ¡Eso debiste hacer! ¡Decirle que cerrara la boca y que dejara de ser un imbécil!

—¿Pero qué dices, Landa? ¿Te das cuenta que eso pudo arruinar mi reputación?

—¿Cuál reputación, Dane? ¿La de cobarde? No puedo creer que te importe más tu reputación que tu propia hermana.

—¡No sabes lo que dices, Landa! ¡Lo único que hago es preocuparme por ti! ¡Te advertí de Thomas Martin y no quisiste escucharme, y terminaste llorando la noche entera!

—¡Tom es una persona maravillosa y estoy segura de que él hubiera defendido a Anna!

—¡Lo hubiera hecho porque él es un perdedor! ¡Uno igual a ti!

—¿Crees que soy una perdedora?

—Lo eres, Landa. Admitámoslo. Siempre tienes que hacer algo mal. Pude haber perdido toda mi reputación cuando escupiste esa cosa a Simon en la cara. Tuve que esforzarme mucho esa semana en el entrenamiento para que Simon no le dijera al capitán que me expulsara. Tuve que hacer muchas cosas para que Simon olvidara lo que pasó y no vaya a meterse contigo. Estuviste a punto de arruinarlo todo, Landa. ¿En qué estabas pensando? ¿Cuándo vas a madurar? ¿Cuándo vas a dejar de ser la niña rara que vive en un mundo lleno de fantasías y aún habla con su estúpido conejo de peluche? ¿Cuándo vas a vivir un poco de realidad?

No podía creer que Dane me estuviera diciendo todo eso. Sentía las mejillas calientes y mis ojos ya no pudieron contener las lágrimas.

—¿Sabes por qué soy la niña rara, Dane? ¿Lo sabes? Lo soy por ti. Nunca quise hacer amigos, nunca quise destacarme... porque sí... siempre hago algo mal. No quería que nadie supiera que la niña torpe del colegio era tu hermana. No quería que nadie se metiera contigo. No quería que los otros niños se burlaran de ti por lo que yo hiciera. En mis exámenes finales siempre respondía algo mal aunque yo supiera todas las respuestas, solo porque no quería que los otros digan que tú hermana menor era más lista que tú. En los concursos de escritura, que eran los que más me emocionaban, escribía historias hermosas, pero cambiaba el final a uno patético sólo para que mis escritos nunca fueran seleccionados ganadores y los otros no se burlaran de que tu hermana a los catorce años seguía escribiendo sobre princesas. Nunca hablaba con nadie para que nadie recordara que la niña que siempre se caía en los pasillos era Landa Font, la hermana de Dane Font. ¿Recuerdas aquellas clases de taekwondo que le pedí a mamá tomar una vez? Unos de tus compañeros me habían amenazado en el pasillo diciéndome que si hacía algo estúpido que pudiera ridiculizarte, a ti que eras el mejor jugador del equipo de basquetbol y que gracias a ti estaban ganando todos los partidos ese año y que tenías muchas fans que donaban dinero para el equipo, me golpearían. Que no les importaría que yo fuese una niña... Iban a golpearme si algo salía mal. Estaba muy asustada de meterme en tu vida y arruinarla. Todo lo que hacía, lo hacía por ti. Pero vaya, tienes razón. Soy una perdedora. Por más que intenté ser discreta y no arruinar nada, al final siempre puse en riesgo tu reputación. No puedo hacer nada bien. No puedo intentar ayudar a una de mis mejores amigas... mi primera mejor amiga... porque estoy a punto de arruinar una vez más la reputación de mi hermano. Tienes razón ¿Qué esperaba? ¿Que por primera vez te importara más yo que tú mismo?

Dane me miró con expresión angustiada.

—Landa... ¿Por qué nunca me dijiste que te habían amenazado?

—Porque yo sí te amaba más que a mi reputación —hice una pausa —¿Qué hubieras hecho de todos modos, Dane? ¿Bajar la cabeza y seguir comiendo?

Salí de su habitación llorando. Quería salir y despejarme, pero entonces escuché llorar a alguien más.

Me acerqué lentamente a la cocina y vi desde el marco de puerta a mamá apoyada en el lavaplatos.

—¿Mamá?

Ella se limpió rápidamente las lágrimas con las palmas de sus manos y se volteó fingiendo una sonrisa.

—Cariño, ya llegaste. ¿Tienes hambre?

—¿Está todo bien?

—Por supuesto —mamá dejó de sonreír y se fijó que yo también tenía los ojos húmedos —¿Está todo bien?

—Por supuesto.


Landa. 

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