Superhéroes y galletas.

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Martes,

Hoy intenté empezar el ensayo de "La Manera más difícil de Amar" para el profesor William, pero mis problemas de concentración me siguen hasta casa, así que decidí buscar un lugar tranquilo en donde pueda conseguir inspiración.

Metí mi cuaderno, mi lápiz, el libro y este diario en mi mochila y me la cargue al hombro. Baje las escaleras y no encontré a nadie. Papá debía de estar en la granja y mamá en el pueblo comprando ingredientes para su cocina. Dane estaba en su habitación, lo escuché hablando por teléfono con una chica que no era Kim. Lástima, ella me caía bien.

Al salir de la casa encontré a una inquilina que vive en el sótano-departamento a mi derecha. Es una mujer de unos cincuenta, con el cabello corto y rizado, de color púrpura, y llevaba un vestido de seda verde oscuro.

-Buenas tardes -dije saludando amablemente.

-Buenas tardes -contestó ella antes de desaparecer por la puerta de su departamento.

Fue raro haber cruzado tan pocas palabras con ella, pues con los otros inquilinos Adeline, Miguel y Patrick he hablado hasta por los codos. A lo mejor la mujer estaba ocupada y no tenía tiempo para charlar. ¿De qué estoy hablando? De todos modos no me gusta hablar con la gente ¿Acaso estás olvidando eso, Landa?

Seguí mi camino. Subí en mi bicicleta y tomé la carretera para llegar al pueblo, mientras las plantaciones de maíz acompañaban mi camino.

Decidí ir al lago, estaba atardeciendo y el color anaranjado del cielo era inspirador... justo lo que necesitaba. Dejé mi bicicleta sobre el césped y me acomodé junto a una roca en la orilla del lago.

Logré escribir algunas líneas, pero el sol se ocultó tan rápido que me ví obligada a guardar mis cosas de nuevo y volver a casa.

Subí a mi bicicleta y fui hasta el pueblo. Estaba cansada y quería volver pronto, por eso empecé a rodar más rápido... ¿Quieren un consejo? Por más prisa que tengan, nunca aceleren su bicicleta... Una roca salvaje podría aparecer de la nada y haría que pierdan el control de sus llantas, de su bicicleta, de su cuerpo y de su dignidad.

Sí, exactamente eso fue lo que me ocurrió. Ahí estaba yo, con la espalda recostada en la acera y mi bicicleta tirada a mi lado.

-Auch -dije a causa del dolor que me provocó la caída.

Cerré los ojos y al abrirlos me encontré con un rostro sonriente, perfecto y lleno de pecas.

-Vaya caída que te diste, jovencita.

Estaba de cabeza y aún así su sonrisa seguía siendo hermosa. Él estaba inclinado sobre mi cara mirándome (lo suficientemente lejos para no sentirme incómoda)

-¿Vas a quedarte ahí parado mirándome?

-Podría hacerlo toda la noche.

¿Qué quiso decir con eso? ¿Podría hacerlo porque le parezco bonita? ¿o podría hacerlo porque le causaba gracia lo humillada que me veía? De cualquier manera me sonrojé como un tomate.

-Ayúdame a levantarme, tonto -dije para disimular la vergüenza.

Él sonrió afirmativamente, se puso frente a mí y me dio la mano.

-¿Estás bien, jovencita?

-Pensé que ya te había dicho mi nombre.

-¿Estás bien, Holanda? -dice riendo.

Holanda.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora