El aniversario.

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Me despertó el sonido de mi celular. Lo primero que hice fue revisar el reloj de mesa junto a mí. Eran las dos de la mañana. Busqué mi celular por mi cama intentando encontrarlo en la oscuridad, y solo cuando logré encontrarlo se me ocurrió encender la lámpara.

Miré la pantalla y me sorprendí. Era una llamada de Tom.

—¿Tom?

Jovencita —dijo él con una voz desesperada. Algo andaba mal —. Necesito tu ayuda.

—¿Qué? ¿Qué ocurrió?

¿Puedes venir a casa? Por favor.

—¿Pasó algo con Sam? ¿Está bien?

Él está bien. Es mamá. Por favor. Te necesito.

—¿Le ocurrió algo a tu mamá?

—No está bien.

—¿Qué tiene? ¿Está enferma? ¿Llamaste al doctor?

No, no. Nada de doctores. Eso sería peor.

—¡Pero Tom! ¡Explícame! ¿Qué está pasando?

—Es mejor que vengas. Ella está muy mal y necesita verte.

—¿A mí?

—Te lo explico cuando estés aquí. Ahora, date prisa.

—Sí, está bien.

Ambos colgamos. Me vestí en un segundo y corrí hasta mi bicicleta. Todo estaba oscuro y no se escuchaba nada más que los grillos en los maizales y mi respiración agitada al pedalear por la carretera. ¿Qué estaba ocurriendo con la madre de Tom? Jamás lo había escuchado tan preocupado. Tenía una enorme angustia en el pecho.

Llegué en media hora a su casa, y apenas había dejado mi bicicleta sobre el césped, Tom salió apresurado.

—Ven. Pronto.

Tom lucía realmente angustiado. Me tomó de la mano y me llevó corriendo hasta dentro.

—¿Qué pasa? —pregunté.

—Mamá está mal —dijo Tom atravesando el pasillo. Luego se detuvo frente a la habitación de su madre —. Siempre se pone mal por estas fechas, pero nunca había estado tan grave.

Por estas fechas. Tom ya había mencionado que su mamá se ponía mal por temporadas. ¿Sería siempre en la misma época del año? ¿Sería por una razón en especial?

Tom había leído mi mente.

—Es el aniversario de la muerte de Meme. Mamá entra en depresión, y no come ni tampoco duerme. Pero hoy... hoy... —hubo una expresión muy extraña en el rostro de Tom. Él no era así, jamás se había puesto así.

Entré sin preguntar en la habitación a toda prisa. Ahí estaba ella.

Tendida boca arriba con la mirada fija en el techo, sin ninguna expresión. Más bien lucía tranquila. Pero no parecía haberse percatado de que Tom y yo habíamos entrado.

—¿Señora Martin?

Ella no se movió en absoluto.

—Ella no te escucha —dijo Tom —. Lleva así horas. Jamás había pasado esto.

—Tom, debes llevarla con un doctor.

—No puedo, Landa. Los medicamentos que siempre le envían le hacen peor. Ella no soporta los hospitales y tiene leves alucinaciones.

—Pero, Tom —no estaba segura de que nos estaba oyendo, pero instintivamente bajé la voz —. Ahora lo necesita. Necesita un doctor.

—No, sin doctores, Landa. Se lo prometí.

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