Una vez más, encontré a la vecina del cabello púrpura tirando uno de sus cuadros. No podía quedarme callada esta vez, así que decidí acercarme.
—Sé lo que son. Son pinturas ¿No?¿Usted las hace?
La mujer me miró y cerró la tapa del bote.
—¿Revisas la basura de tus vecinos? ¿Qué clase de problema tienes?
—¿Quién es la chica rubia?
—Eso no te incumbe —la mujer empezó a caminar hasta su departamento pero yo corrí y me puse enfrente de ella para detenerla.
—¿Por qué tira sus pinturas?
—Quítate, niña —ella intentó pasar pero yo volví a detenerla.
—No. No me moveré de aquí hasta que me diga algo. Y sí. Puedo ser una entrometida y tal vez parezca que tengo una clase de problema, pero no voy a permitir que alguien tire pinturas tan bonitas, que no merecen estar en un bote de basura sin ninguna razón... Al menos no una buena.
La mujer me miró por unos segundos y luego dijo:
—Te llamas Holanda ¿Verdad? Tu madre lo mencionó una vez...
—Mis amigos me dicen Landa —contesté confundida pero tratando de mantener mi posición.
—Ven conmigo —dijo ella haciéndome a un lado para poder pasar hasta su departamento.
Sin entender muy bien, la seguí hacia adentro. Al principio estaba todo oscuro, pero entonces la mujer encendió la luz y me encontré con el salón. Hasta ese momento, no me había fijado que la única luz que entraba a los sótano-departamentos era el de las pequeñas ventoleras en lo alto de las paredes, pero las de ella tenían cortinas oscuras. El salón estaba cubierto de papel tapiz rosa, los muebles eran verde oscuro y estaban algo rotos, habían algunas estanterías y un reloj de madera. En medio de la sala había un caballete y un lienzo, alrededor varios botes de pintura y arrimadas a las paredes, varias pinturas amontonadas con el mismo retrato de siempre: la chica rubia.
—¿Has robado todas las pinturas que he tirado?
—Yo... no creo que se considere robar...
—¿Qué quieres hacer con ellas? ¿Venderlas? Puedes intentarlo si quieres... Apuesto a que no vendes una sola...
—No... yo no... Ya le dije... Yo no creo que merecían estar en el bote de basura.
—¿Quieres un consejo, niña? Tíralas. No sirven para nada. Solo amontonarás basura en tu habitación.
—¿Cómo puede llamar basura a algo tan precioso?
La mujer apartó la mirada.
—¿Quién es la chica de las pinturas?
—Es mi hija... Molly... Murió de cáncer a los diecisiete. La misma edad que tú, si no me equivoco.
Entonces no supe qué decir. Me arrepentí de haber sido tan entrometida.
—Yo... yo... —tartamudeé.
—Da igual. Ya fue hace veinte años... —contestó mostrándose indiferente mientras recogía algunos lienzos caídos.
—¿Por... por qué sigue pintándola?
—Te gusta hacer muchas preguntas ¿no? —dijo volviendo la mirada. Yo no contesté. La mujer suspiró y se sentó sobre uno de los viejos sillones —Siéntate —pidió y yo obedecí —. Hace veinte años estaba a punto de volverme famosa. Un buscatalentos millonario había visto mis pinturas y quería comprármelas todas y abrir un museo dedicado a mi arte. Era mi oportunidad. En toda mi carrera de artista solo había logrado vender un par de pinturas para alguna recepción o una oficina. Era mi gran oportunidad... pero entonces... Molly enfermó. Vivía dentro del hospital cuidando de mi hija. No pude seguir trabajando en las pinturas, porque mi hija era más importante. Al buscatalentos no le importó y dijo que ya no quería mi arte. Molly murió. Mi mundo entero se acabó. Nada me importaba más... ni siquiera pintar. Pasaba días enteros dentro de mi casa, estaba a punto de quedar en bancarrota pero eso tampoco me importaba. Fue cuando mi vecina Rita vino hasta mí... Me dijo que no podía seguir así... Que ya habían pasado dos años desde la muerte de Molly y que yo necesitaba volver a empezar mi vida. Ni siquiera había notado cuándo pasó el tiempo. Rita me dijo que necesitaba volver a pintar. Y lo intenté... Juro que lo intenté. Pero estaba tan triste por la pérdida de mi hija que no encontraba el sentido. No pintaba nada con el corazón. Desde que Molly murió... ya no pinto con el corazón...
Eché un vistazo al salón... todas las pinturas que veía tenían a Molly ahí. Molly corriendo en un prado. Molly recogiendo flores. Molly en la playa. Molly bajo las estrellas. Molly debajo de un arcoiris. Molly sonriendo. Molly llorando.
—¿Cómo puede decir que no pinta nada con el corazón? Todo lo que veo aquí tiene su corazón entero... Fíjese bien.
La mujer se secó los ojos humedecidos y echó un vistazo a su alrededor.
—¿No ve el talento que tiene? Lo hermosa que se ve su hija dentro de cada una de esas pinturas... ¿Cómo puede tirar sus pinturas porque no están pintadas "con el corazón" si Molly, la persona a la que más amó, está ahí?
La señora sonrió y se secó torpemente una lágrima que no pudo contener.
—Estoy segura —agregué —de que lo que más quisiera Molly en este momento, es que usted muestre sus pinturas... Que retome su vida, y que vuelva a ser la gran artista que solía ser...
—Te lo agradezco... Pero si tengo el corazón roto, jamás lo haré. Y jamás voy a dejar de tener el corazón roto —la mujer se puso de pie y se dirigió hasta la puerta —. Ya es hora de que te vayas.
Me puse de pie y me dirigí hasta la salida.
—Inténtelo. Muestre sus pinturas. Yo sé que lo lograra.
—Gracias, pero no —dijo empujándome hacia afuera —. Y ya no tomes las pinturas del bote de basura.
—Espere.
—¿Qué?
—¿Cuál es su nombre?
Ella me miró unos segundos.
—Dottie.
Después de esto cerró la puerta en mi cara.
Sabía que tenía que hacer algo por ella. No podía dejar que aquella mujer desperdicie su talento y su vida.
En ese momento escuché el crujido de unas hojas. Volteé la vista y una pequeña figura se escondió detrás de las escaleras. Sonreí.
—Hola, Libby.
Landa.

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Holanda.
ChickLitLanda es una chica tímida e insegura que nunca tuvo mucha suerte para destacar. En su intento por empezar de nuevo en pueblo diferente, descubrirá que tiene el don de arreglar la vida de las personas, convirtiéndose así en una heroína secreta. Lo q...