Hay que escuchar a la cabeza, pero dejar hablar al corazón. .
Marguerite Yourcenar.
El sonido de la alarma resuena en mis oídos como el tronar de una trompeta, lo cual me causa un sobresalto, el solo pensar que Lu todavía sigue desnudo durmiendo junto a mí me causa terror, al percatarme que ya no está, primero me alegro por verme sola, claro, temo que nuestros padres pudieran llegar a descubrirnos, después me decepciono al comprender que él ya se marchado, entiendo que ese es el costo que debemos pagar por este cariño tan infinito que los dos nos profesamos, por este amor tan maravilloso y tan sublime que a nosotros tanto nos significa pero que los demás lo consideran algo verdaderamente repulsivo.
Me ducho rápido medio aseando mis partes íntimas apenas bañándome, no quiero quitarme el olor de su piel, ese aroma todavía enloquece mis sentidos y despierta mis lascivos instintos, esa esencia es como una droga, como un alucinógeno que me envicia, que me pervierte, que me corroe, que me deja casi sin vida, por eso tengo que aspirarlo a cada instante para darle sentido a todo lo que hago y no morir en el intento.
Bajo al comedor, lo hago de forma silenciosa y de manera discreta, primero me cercioro que mis padres aún siguen durmiendo, me llego en forma sigilosa y lo encuentro de espaldas a la entrada de la cocina, está sentado, tiene al frente una olorosa y humeante taza de café, dos vasos con zumo de naranja, dos platos con dos emparedados de jamón y queso, está pensativo, distraído, como soñando despierto, tal vez yo soy la protagonista de sus fantasías.
Después de unos momentos eso es lo que voy a comprobar.
Viste una camisilla sin mangas la cual le deja al descubierto sus hermosos y musculados brazos, su ancha y fortalecida espalda que la tiene apoyada sobre el espaldar, también tiene descubiertas sus fuertes y morenas piernas, esas en la que muchas veces me ha cobijado, en las que me ha mimado, donde me ha prodigado las sensaciones más indescriptibles que jamás pensé que llegaría a sentir, calza su característico pantaloncito, ese que siempre usa para estar en casa, ese que me enloquece cuando lo miro, ese que me hace morir de ansias de querérselo quitar.
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LAYLA Y LU.
RandomQuieren conocer las pilatunas que a veces nos juega el corazón, bueno pues he aquí una de ella. Esta es una historia simple, sin muchos aspavientos para volverse inolvidable, a veces enamorarse nos vuelve cursis, quien no ha sentido los estropicios...