He aprendido que no puedo exigir el amor de nadie. Yo sólo puedo dar buenas razones para ser querido, y tener paciencia para que la vida haga el resto.
William Shakespeare.
Un mensaje en mi celular me saca de mis cavilaciones.
Es Emma, en un mensaje de texto me acaba de enviar la dirección del lugar donde quedamos de encontrarnos.
Llego temprano, no quiero ni me gusta hacer esperar, tal vez ese sea mi peor defecto, o a lo mejor mi mayor virtud.
Cuando me dirijo hacia la mesa que me había indicado, mi corazón casi se paraliza.
Es Layla.
Se encuentra sentada en medio de dos hombres casi igual de jóvenes que yo, claro, también está mi tío.
A este lo saludo de forma muy efusiva, a ella solo le hago un simple gesto con la mano.
Como está sentada de frente por donde tengo que pasar estaba seguro que me podría ver, pero como esta tan distraída escuchando lo que le dice uno de los tipos que le habla mientras hace algunas anotaciones en la agenda que tiene al frente, solo se percata de mi presencia cuando ya estoy pasando por su lado,
Medio apenas levanta la vista y al descubrirme, y de una da un respingo, es algo que no puede ocultar a pesar que vuelve y baja la cabeza, el tic de sorpresa tampoco es capaz de disimularlo.
Intento saludarla, pero los malditos recuerdos que me llegan a la mente como imágenes degradantes, evitan que ni siquiera le dirija la palabra.
Camino fingiendo indiferencia, pero cuando ya estoy pasando, me percato que parece estremecerse, vuelve y levanta la cabeza y en su mirada se demarca un gesto de dolor tan insoportable que casi la hace ponerse de pie.
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LAYLA Y LU.
RandomQuieren conocer las pilatunas que a veces nos juega el corazón, bueno pues he aquí una de ella. Esta es una historia simple, sin muchos aspavientos para volverse inolvidable, a veces enamorarse nos vuelve cursis, quien no ha sentido los estropicios...