El amor no sólo debe ser una llama, sino una luz.
Henry David Thoreau.
Cuando desciendo del coche, adornado especialmente para conducirme hasta la iglesia, escucho los acordes de la marcha que anuncia el inicio de la ceremonia de nuestra boda.
Después de arreglarme algunas arrugas del vestido con la ayuda de mis tías, me dirijo hacia donde él me está esperando, lo hago tomada del brazo del hombre que me dio la vida, el será el que me entregue al ser que me colmará de dicha por el resto de mis días.
Este que está conmigo, es mi feliz y engalanado Padre.
Una alfombra roja se extiende por toda la escalinata y llega hasta unos cuantos metros antes del altar, es el camino que nos llevará directamente a la entrada donde me espera mi futuro maridito.
Una parejita de niños, fungen como los pajecitos, estos llevan las argollas, símbolo indeleble de las alianzas de nuestro compromiso, otras dos preciosas chiquillas, me ayudan con la inmensa cola que forma parte del hermoso traje que escogimos con mi Madre, ella quiso, como lo hablamos con mi... papacito... ¡ja!... lindo sin duda, que está fiesta sería como la compensación de su sueño más anhelado, ese que tanto añoró para sí en el día su boda, pero que lamentablemente no pudo llevar a cabo por inconvenientes que tuvo con la familia de mi Padre, y por lo cual, nunca lo pudo hacer realidad.
Llegamos a la nave central después de traspasar la puerta, lo hago colgada del brazo de mi Papá
Cuando lo veo, siento que su mirada me arrebata hasta la vida.
Está junto a mi Madre, al percibirlo casi se me doblan las rodillas, descubrirlo allá, parado, luciendo como un adonis, de espaldas hacia el altar y viéndome caminar, percibo que sus ojos se le abrillantan emocionados.
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LAYLA Y LU.
RandomQuieren conocer las pilatunas que a veces nos juega el corazón, bueno pues he aquí una de ella. Esta es una historia simple, sin muchos aspavientos para volverse inolvidable, a veces enamorarse nos vuelve cursis, quien no ha sentido los estropicios...