"Todo lo que sabemos del amor es que el amor es todo lo que hay".
Emily Dickinson.
La ceremonia acaba de empezar.
El auditorio es amplio, muy bien iluminado, tiene forma de ovalo, cuenta con un gran escenario y con una innumerable cantidad de sillas muy bien distribuida y bastante cómodas por decirlo de alguna manera.
Es el día de la graduación de mi hermano como Ingeniero.
Mejor dicho, es el día de su exaltación por su éxito estudiantil al término de su carrera.
Es el último en ser nombrado, su carisma y su don de líder lo hacen el indicado para representar a todos los que hoy finalizan sus estudios y que hoy se reciben como los nuevos profesionales, todos han cumplido con lujo de detalles su curriculum académico en cada una de sus asignaturas.
Camina erguido, se mueve casi como un efebo, su vestido negro adornado por una corbata color rojo burdeos le da la imagen de un ser casi celestial.
Qué bello es mi hermano, qué bello es mi amor, es casi para no creerlo.
Es majestuosa la presencia de mi dueño.
Su pelo negro apenas ondulado, su rostro oscurecido por las largas jornadas que ha vivido jugando al fútbol y que le han opacado un poquito el color de su tez, sus hombros anchos donde se marcan sus endurecidos brazos, su vientre plano, sus anchas caderas, su piernas largas y fuertes, sus manos grandes y poderosas, sus nalgas que me causan sueños no muy púdicos, hacen de mi amado un verdadero festín que ningún ojo femenino se cansaría de admirar y de desear para decirlo más claro.
Viéndolo caminar con ese garbo, con ese donaire, con esa elegancia, más parece un modelo de pasarela que un joven ingeniero que se acaba de titular.
Y es mío, solo mío, única y exclusivamente mío, mío y de nadie más; soy una avara porque ni por asomo pienso compartirlo, me lo dice mi cuerpo, me lo grita mi mente, me lo reclama mi corazón.
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LAYLA Y LU.
RandomQuieren conocer las pilatunas que a veces nos juega el corazón, bueno pues he aquí una de ella. Esta es una historia simple, sin muchos aspavientos para volverse inolvidable, a veces enamorarse nos vuelve cursis, quien no ha sentido los estropicios...