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Es al separarse cuando se siente y se comprende la fuerza con que se ama.

                                                                          Fiodor Dostoievski.


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Así fueron pasando los días, mi recuperación se evidenciaba a pasos agigantados, después del desfogue que tuve con la amiga de mi Madre, comencé a recibir en forma un poco más tranquila las secciones de fisioterapia que me prodigaba mi hermana, las cuales se convirtieron en un tratamiento verdaderamente energizante.

Con la disculpa que para que el efecto me diera un mejor resultado, decidió que debía agregarle la parte de los masajes. Ingenuo, lo acepte sin rechistar, claro, con ellos lo que hizo fue aprovecharse para enloquecerme con sus manos.

Al final de cada sección, terminaba tan exaltado que sentía que una corriente eléctrica se desplazaba por mis músculos donde ella me sobaba.

Esa situación me provocaba una disyuntiva difícil de definir, por un lado me creaba la zozobra de anhelar con todas mis fuerzas estar bajo su dominio durante todas las horas que me quisiera tener, y por la otra, el martirio de saber que la tenía conmigo pero que no la podía tocar, porque me era prohibido el tan solo pensar en recorrer esa piel que me sacaba de mi racionalidad.

Mejor dicho, tenía la miel en la lengua pero no la podía saborearla.

A mitad de esa semana, volví a recibir otra invitación, la veterana se estaba convirtiendo en mi entrenadora personal en cuestiones de estar con una mujer, esos ratos los aprovechaba para mi total satisfacción, pues eran los escasos momentos de ocioso que mi hermana medio me permitía disfrutar.

Marina se convirtió en mi adiestradora exclusiva, ella se había encargado en instruirme y a la vez en perfeccionarme en cómo debía comportarme en relación a cómo se debía complacer a una mujer, y más directamente en los placeres de la carne.

LAYLA Y LU.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora