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Una mujer conoce el rostro del hombre al que ama como un marinero conoce el mar abierto. 

                                                                                               Honore de Balzac.


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Me arrodillo y gateo posicionándome en medio de sus piernas.

Cuando me siente, abre los ojos, me extiende los brazos y me recibe con todo el amor que siente por mí.

— Ooohhh, Dios, que bella eres, mi vida, nunca me cansare de mirarte, de admirarte, de desearte.

Y viene mi picardía.

Es una ofrenda de lo que hay en mi corazón.

— Y tú eres. — apenas pinto una medio sonrisa. — mi terroncito de chocolate. — la imagen de mi Mamá es la que me trae ese recuerdo.

Madre, por ¡Dios, como te amo, mujer!

Se ruboriza al escuchar decirle como lo llama mi progenitora.

— No me digas así. — rojo.

Un tomate o una manzana, no tendría ese color tan intenso que le cubren estos cachetes que acaricio con toda la ternura que él me produce.

— ¿No te gusta?....

— Si... claro, pero... pero no sé, es que me da... — traga. — ¡Pena! — ruborizado totalmente.

Cuando lo detallo, siento tanta emoción que no puedo evitar que las lágrimas rueden por mis mejillas, sorprendiéndolo sin querer.

— ¿Qué_que_que tienes? — es un sonido agónico.

Tartamudea mientras remoja la garganta con toda la saliva que le llena la boca.

Parece que es no es la cantidad necesaria, pues los vocablos que pronuncia suena casi inentendibles.

LAYLA Y LU.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora