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El que ha conocido sólo a su mujer y la ha amado, sabe más de mujeres que el que ha conocido mil.

                                                                                             Leon Tolstoi.


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Gemimos al unísono.

Aullamos casi en coro.

Gritamos aparejados y nos derruimos como al dúo.

Cuando nos queremos somos incontenibles, torrenciales, impetuosos, por eso cuando terminamos, resollamos como si hubiésemos recorrido una inimaginable travesía.

Después de medio volver a nuestros propios discernimientos.

— Sigue contándome.

— En el tiempo cuando eras una bebe, tu momento más doloroso fue cuando tuve mi primer día de clases, el irme para la escuela fue un verdadero tormento, según lo que ella me contó, tú llorabas porque no quería que me fuera, pensabas que te iba abandonar, que no me volverías ver, que nunca más iba a regresar, me abrazabas como si temieras que me fuera para siempre, que definitivamente te fuera a dejar, creías que nunca más volvería a estar contigo, esto te lo digo como ella me lo contó. — me mira embobada.

Pareciera que mis palabras la encandilan.

— Te abrace durante un largo rato, luego te bese, tus mejillas estaban inundadas, con mis labios las seque, te explique todo lo que iba hacer, te dije que iría a la escuela para que me enseñaran muchas cosas y que cuando regresara te las iba a enseñar, y a fe que lo cumplí, todo lo que aprendí, todo te lo enseñé, tú siempre fuiste muy aventajada, todo lo que te decía todo lo captabas, lo hacías de una manera fácil y sencilla, te enseñe todo lo que aprendía en el salón de clase y cuando te llego el turno de comenzar con tus estudios, estaba tan avanzada que de una te promovieron a un curso superior.

— ¿Y ellos que decían? — interesadísima.

Caso absorta.

— No se explicaban la forma como nos comportábamos, cuando estábamos juntos, no existía nadie más, ninguno, éramos solo tú y yo.

LAYLA Y LU.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora