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El amor verdadero no espera a ser invitado, antes él se invita y se ofrece primero.

                                                                              Fray Luis de León.


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Una suave caricia entre mis piernas consigue despertarme.

Es una extraña e inefable sensación, eso es lo que logra sacarme del sueño tan profundo como había dormido todo el resto de la noche.

Una rara modorra de la que apenas me permite ubicarme, es la que me impide ser consciente del lugar donde me encuentro, por lo cual todo se me hace desconocido, la verdad, no comprendo porque me encuentro en este sitio.

Me miro por todos lados y solo me veo desnudo.

Entonces es cuando la siento, eso me sobresalta, claro, pienso que al estar en mi cama y el haber pasado la noche conmigo, y si a uno de mis padres les da por abrir la puerta, seguro que descubrirá el tipo de relación que tenemos con mi hermana, porque más que hermanos, sabrán que somos amantes y que eso debe estar sucediendo de desde hace mucho tiempo y para su mayor desgracia, en su casa y en mi propio cuarto.

Es indescriptible lo que siento, supongo que todavía estoy soñando, que estoy en otra galaxia, pero cuando comprendo que ella ya es mi esposa, ¡oh, Dios, mi esposa!, me río dichoso.

Me ruborizo, claro, tengo mucho de tonto, de por sí estoy enamorado, los que pasamos por ese trance, tenemos mucho de eso, lo dicen los expertos, a mí se me nota más, tal vez por la intensidad de lo que siento.

¡Idiota, no joda, ja!, me digo conforme, lo repito sonriente, feliz, alegre, a lo mejor es porque ni yo mismo lo comprendo, pero me regodeo con la belleza casi celestial de la mujer que juguetea con mi cuerpo.

Es mi flamante mujercita, ella es la que me está enloqueciendo, lo hace en mi primer día de casado y vaya la forma tan maravillosa como lo está realizando, y para mi mayor dicha, con toda la dedicación del caso.

LAYLA Y LU.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora