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Es al separarse cuando se siente y se comprende la fuerza con que se ama.

                                                                              Fiodor Dostoievski


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Así pasan los días, no volvemos a intercambiar el más mínimo gesto, él evitaba encontrarse conmigo, se pasaba todo el tiempo encerrado trabajando, estaba dedicado a terminar con los diseños que le faltaban para concluir con la última colección que ya casi estaba lista para entrar en periodo de manufactura.

La desastrosa conversación que tuvimos en el baño del restaurante y luego lo que paso en el vehículo cuando me trajo a donde vivimos, todavía se revive en mi memoria, pero lo que más me molesta de todo eso, fue la forma como me dejo tirada en el andén del frente de mi casa, prácticamente me abandonó para marcharse sin decirme para donde iba y sin siquiera despedirse, o por lo menos decir hasta luego.

Todo eso lo deje pasar pues cada noche volvía cuando creía que ya todos estaban dormidos.

Eso lo tome como una forma de penitencia que tenía que purgar, todo por el exabrupto que cometí al haberme encontrado cuando Ricardo se atrevió a besar mis labios.

Mis noches velando su sueño era lo que apenas me mantenía cuerda.

Estaba cambiado.

Hasta su imagen ya presentaba otro porte.

El cabello le había crecido y lo tenía bastante largo, una barba desaliñada le cubría las mejillas, su desenfado en la forma de vestir lo hacía adorable, era la pinta de un chico malo con la figura de un actor de cualquier película salvaje.

Su belleza era verdaderamente descomunal.

Me sentía feliz porque solo yo era la que me enaltecía con su presencia tan impactante, mis noches observando cómo dormía, era como una especie de ceremonia que las había convertido en una penitencia, en una enmienda, en un purgatorio.

LAYLA Y LU.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora