Capítulo 10

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Cuando Natasha salió corriendo del salón, llegó sólo hasta el invernadero. Se detuvo allí escuchando las conversaciones y esperando a Borís. Comenzaba ya a impacientarse, golpeó el suelo con el pie a punto de llorar porque no venía pronto, cuando oyó los pasos del joven, ni lentos ni rápidos, sino comedidos. Natasha se escondió rápidamente tras los maceteros.

Borís se detuvo en medio del invernadero, echó una mirada en tomo, sacudió una mota de la manga de su uniforme, se acercó al espejo y quedó mirando su rostro. Natasha lo contemplaba sin moverse de su escondite, espiando lo que iba a hacer. Borís permaneció un rato ante el espejo, sonrió y se dirigió a la puerta de salida. Natasha quiso llamarlo, pero se arrepintió. "Que me busque", se dijo.

Apenas hubo salido Borís, por la otra puerta apareció Sonia, muy sofocada murmurando entre lágrimas palabras iracundas. Natasha reprimió su primer impulso de dirigirse a ella y permaneció en su atalaya, mirando, como si un gorro mágico la hiciera invisible, lo que sucedía. Experimentaba un placer nuevo y especial. Sonia murmuraba algo, con la mirada vuelta hacia la puerta del salón.

En el umbral apareció Nikolái.

—¿Qué te ocurre, Sonia? ¿Es posible esto?— dijo, corriendo hacia ella.

—¡Nada, nada, déjeme!— Sonia rompió en sollozos.

—No: ya sé de qué se trata.

—Pues si lo sabe, magnífico, vaya con ella.

—¡Sonia, una palabra! ¿Es posible que los dos suframos por una tontería?— dijo Nikolái, tomándole la mano. Sonia no la retiró y dejó de llorar.

Natasha, sin moverse y casi sin respirar, miraba desde su escondite con ojos brillantes. "¿Qué pasará ahora?", pensaba.

—Sonia, nada del mundo me importa: tú lo eres todo para mí— decía Nikolái. —Te lo probaré.

—No me gusta que hables así.

—Bien, no lo haré más. Perdóname, Sonia.

La atrajo hacia sí y la besó.

"¡Ah, qué bien!", pensó Natasha. Y cuando Sonia y Nikolái salieron del invernadero, los siguió y llamó a Borís.

—Borís, venga aquí— dijo, con aire de importancia y malicia. —Tengo que decirle una cosa. Aquí, aquí. 

Lo condujo al invernadero, al mismo sitio entre los maceteros tras los cuales estuvo escondida. Borís la seguía sonriente.

—¿De qué cosa se trata?— preguntó.

Ella se azoró; miró en derredor, y reparando en su muñeca, tirada en un macetero, la tomó en sus manos.

—Bésela— dijo.

Borís, con ojos atentos y cariñosos, miró el rostro animado de la muchacha y no respondió.

—¿No quiere? Entonces, venga aquí— y adentrándose entre las flores, tiró la muñeca. —Más cerca, más cerca— susurraba. Apresó al oficial por el revés de las mangas; en su rostro arrebolado se leía la solemnidad y el temor. —Y a mí... ¿quiere besarme?— murmuró con voz muy queda, mirándolo de reojo, sonriendo y a punto de llorar por la emoción.

Borís enrojeció.

—¡Qué ocurrencia!— dijo, inclinándose hacia ella y ruborizándose todavía más, sin moverse, esperando.

Ella saltó sobre un macetero, de tal manera que se encontró más alta que el joven, y, rodeándolo con los brazos delgados y desnudos, con un movimiento de cabeza echó hacia atrás los cabellos y lo besó en los labios.

Se deslizó después entre los maceteros, hacia la otra parte de las plantas, y, bajando la cabeza, se detuvo.

—Natasha— dijo Borís, —usted sabe que la amo, pero...

—¿Está enamorado de mí?— lo interrumpió ella.

—Sí, estoy enamorado... pero, le suplico... no volvamos a hacer lo que hemos hecho... Esperemos cuatro años... Entonces pediré su mano.

Natasha reflexionó.

—Trece, catorce, quince, dieciséis...— dijo, contando con los afilados deditos. —¡Bien! ¿Decidido?

Y una sonrisa de alegría y tranquilidad iluminó su animado rostro.

—Decidido— dijo Borís.

—¿Para siempre?— añadió. —¿Hasta la muerte?

Y tomándolo del brazo, con el rostro resplandeciente de felicidad, salió lentamente hacia la sala de los divanes.

Guerra Y Paz - León TolstoiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora