Últimamente Pierre se había visto muy raras veces a solas con su esposa. Lo mismo en San Petersburgo que en Moscú, su casa estaba siempre llena de invitados. La noche siguiente al duelo con Dólojov no se dirigió a su alcoba, como frecuentemente hacía, sino que permaneció en el enorme despacho de su padre, el mismo donde había muerto.
Se echó en el diván; deseaba dormir para olvidarlo todo, pero no podía. Un huracán de ideas, sentimientos, recuerdos, turbaban su ánimo, impidiéndole no sólo dormir, sino ni siquiera estar quieto un instante; tuvo que abandonar el diván y caminar a pasos rápidos por la habitación. Unas veces recordaba los primeros tiempos de su matrimonio, a su mujer con los hombros desnudos, la mirada lánguida y apasionada; al instante, junto a ella aparecía la cara del bello Dólojov, con gesto insolente y burlón, igual que lo había visto en el banquete; y el mismo rostro de Dólojov, pero pálido, tembloroso y dolorido, tal como era al desplomarse en la nieve.
"¿Qué ha ocurrido? -se preguntaba-. He matado al amante. Sí, eso es: he matado al amante de mi mujer. Así es. ¿Por qué? ¿Cómo he llegado a eso?" Y una voz interior le contestaba: "Porque te casaste con ella".
Y volvía a preguntarse: "Pero ¿por qué soy culpable? Porque te casaste sin amor; porque te has engañado a ti mismo y la has engañado a ella". Y volvía a recordar muy a lo vivo aquella tarde, después de la cena en casa del príncipe Vasili, cuando pronunció las palabras que no querían salir de sus labios: "Je vous aime". "Todo proviene de ahí... Entonces ya sentía, sí, lo sentía, que no estaba bien, que no debí decirlo, no tenía derecho a hacerlo.
Y así resultó."
Recordó también su luna de miel y el recuerdo lo hizo sonrojarse. Pero lo que sobre todo lo avergonzaba y hería era el recuerdo vivo de aquella vez, poco después de su matrimonio, cuando a mediodía, en batín de seda, había salido de la alcoba al despacho y se encontró con el administrador, que lo saludó respetuosamente, mirando con leve sonrisa su cara y su batín, una sonrisa con la que parecía sumarse -siempre respetuoso- a la felicidad de su jefe.
"¡Cuántas veces me he sentido orgulloso de ella! Orgulloso de su majestuosa belleza, de su tacto mundano -pensaba-; estaba orgulloso de mi propia casa, donde Elena recibía a todo Petersburgo, y de su belleza inaccesible... ¡Pensar que me enorgullecía de eso! A veces pensaba que no la comprendía; con frecuencia, al pensar en su carácter, me creía culpable de no entenderla, de no comprender esa tranquilidad de siempre, esa constante satisfacción y ausencia de emociones y deseos. Todo el enigma lo descifraba una palabra terrible: pervertida. Formulada esa palabra, todo quedaba claro. Anatole venía a pedirle dinero prestado y la besaba en los hombros desnudos. Ella le negaba el dinero, pero consentía que la besara. Su padre excitaba en broma sus celos, y ella decía con tranquila sonrisa que no era tan tonta como para sentirlos. «Que haga lo que quiera», decía refiriéndose a mí. Una vez le pregunté si no sentía síntomas de embarazo; se echó a reír con desprecio y replicó que no era tan idiota como para desear hijos, y que de mí no los tendría nunca."
Recordaba después sus pensamientos y expresiones chabacanas y vulgares, a pesar de haber sido educada en el medio más aristocrático. "No soy una idiota..., anda, pruébalo tú mismo... allez vous promener"[1], acostumbraba decir. Con frecuencia, al ver en los ojos de los hombres viejos y jóvenes y de las mujeres el efecto que producía, Pierre no alcanzaba a comprender por qué no la amaba. "Nunca la he amado -se decía-; sabía que era una mujer pervertida, aunque no quería confesármelo."
"Y ahora Dólojov yace en la nieve, se esfuerza por sonreír y tal vez muera, respondiendo con una fingida bravata a mi arrepentimiento."
Pierre era uno de esos hombres que, a pesar de su aparente debilidad de carácter, no buscan confidentes para sus propias penas. Las sufría, solo, en su intimidad.
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Guerra Y Paz - León Tolstoi
ClassicsPrincipios de S. XIX, mientras Napoleón planea como invadir Rusia, Natasha, Pierre, Andréi, María y Nikolái descubrirán que tanto en la vida como en el amor hay tiempos de guerra y de paz.