En aquel momento, el conde Rastopchin, con su uniforme de general, la banda que le cruzaba el pecho, su prominente barbilla y sus ojos vivaces, entró en el salón, avanzando entre los grupos que le abrían paso.
—El Emperador está al llegar— dijo. —Acabo de dejarlo. Creo que en las circunstancias actuales no hay mucho que discutir. El Emperador se ha dignado reunimos a nosotros y a los mercaderes, de donde saldrán los millones— y señaló la sala de los comerciantes; —nuestro deber es facilitar soldados y no regatear ni la propia vida... ¡Es lo menos que podemos hacer!
Los dignatarios sentados ante la mesa dieron comienzo a las deliberaciones. Hablaban en voz muy baja, que parecía triste después del intenso clamoreo de antes. Se oían voces seniles que decían: "Yo estoy de acuerdo".
Y otros, para variar: "También soy del mismo parecer", etcétera.
El secretario recibió la orden de escribir las decisiones de la nobleza moscovita; los moscovitas, igual que los de Smolensk, darían diez hombres por cada mil, completamente equipados.
Los dignatarios reunidos se levantaron aliviados, apartando con gran estrépito las sillas, deseosos de desentumecer las piernas, y se pusieron a pasear por la sala; algunos, conversando, iban del brazo de alguien.
—¡El Emperador! ¡El Emperador!
Esta palabra recorrió, de un extremo a otro, las salas; todos se precipitaron a la entrada. El Emperador atravesó el salón entre una doble hilera de nobles. Todos los rostros expresaban curiosidad, respeto y temor. Pierre estaba bastante alejado y no pudo oír bien las palabras del Soberano. Comprendió solamente que hablaba del peligro en que se hallaba el país y de las esperanzas que él tenía en la nobleza de Moscú. Otra voz contestó al Zar, explicando las decisiones tomadas por la nobleza.
—Señores— dijo el Emperador con voz trémula. Un leve murmullo recorrió la muchedumbre, que se aquietó de nuevo, y Pierre pudo oír claramente la agradable y conmovida voz del Emperador. Decía: — Nunca he dudado del celo de la nobleza rusa, pero en este día ha superado mis esperanzas. Les doy las gracias en nombre de la patria. Señores: hay que actuar. El tiempo es precioso...
Alejandro guardó silencio: los nobles se agruparon más estrechamente a su alrededor y por todas partes resonaron aclamaciones entusiastas.
—Sí, lo más preciado... es la palabra del Zar— decía sollozando Iliá Andréievich, que no había oído nada pero comprendía todo a su manera.
De la sala de la nobleza el Emperador pasó a la de los mercaderes, donde permaneció unos diez minutos. Entre los demás, Pierre vio que al salir de aquella sala el Zar tenía los ojos llenos de lágrimas. Como después se supo, acababa de comenzar el Emperador su alocución a los mercaderes cuando los ojos se le arrasaron de lágrimas, y con voz temblorosa terminó su discurso. Cuando Pierre vio al Zar iba acompañado de dos mercaderes; Pierre conocía a uno de ellos, un contratista muy grueso; el otro era alcalde, de rostro amarillo y flaco y barbilla puntiaguda. Ambos lloraban; el mercader delgado tenía los ojos llenos de lágrimas, pero el otro sollozaba como un niño y repetía a cada momento:
—¡Tome nuestras vidas y nuestros bienes, Majestad!
En aquel instante Pierre no sentía más que un profundo deseo de mostrar que por su parte no había obstáculos y que estaba dispuesto a sacrificarlo todo. Se reprochaba su propio discurso de tendencia constitucional. Habiendo oído que el conde Mámonov proporcionaba un regimiento, Bezújov declaró inmediatamente al conde Rastopchin que él daría mil hombres equipados.
El viejo Rostov no pudo contar a su mujer sin lágrimas lo ocurrido, e inmediatamente consintió en el deseo de Petia y él mismo fue a alistarlo.
El Emperador salió de Moscú al día siguiente. Los nobles dejaron sus uniformes, volvieron a sus casas y al Club y, entre carraspeos, dieron órdenes a sus intendentes acerca del reclutamiento. Ellos mismos estaban sorprendidos de todo lo que habían hecho.
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Guerra Y Paz - León Tolstoi
ClassicsPrincipios de S. XIX, mientras Napoleón planea como invadir Rusia, Natasha, Pierre, Andréi, María y Nikolái descubrirán que tanto en la vida como en el amor hay tiempos de guerra y de paz.