Capítulo 11

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Al tercer día de las fiestas de Navidad, Nikolái comía en casa, lo que en los últimos tiempos sucedía rara vez. Era la comida oficial de despedida, puesto que él y Denísov se iban después de la Epifanía. Se habían reunido unas veinte personas, entre las cuales estaban Dólojov y Denísov.

Aquella atmósfera amorosa nunca se había sentido con tanta intensidad en casa de los Rostov como en esos días de fiesta: "¡Goza de estos momentos de felicidad, trata de que te amen, ama! No hay más verdad que ésa en el mundo, lo demás no cuenta. ¡Aquí sólo nos ocupamos de eso!", parecía decir el ambiente de la casa.

Nikolái, agotando como siempre dos parejas de caballos sin conseguir llegar a todas las fiestas a que lo invitaban ni hacer todas las visitas necesarias, regresó a su casa en el momento mismo de la cena. Al entrar se dio cuenta de la tensión en la atmósfera amorosa de la casa. Y también de la extraña turbación de algunos de los presentes. Sonia, Dólojov, la condesa y la misma Natasha estaban particularmente confusos. Nikolái comprendió en seguida que algo había ocurrido entre Sonia y Dólojov y, con su habitual delicadeza, los trató con especial afecto y tacto. Aquella misma noche había en casa de Joguel —el maestro de baile— una de las fiestas que él organizaba en esos días para sus alumnos de ambos sexos.

— Nikóleñka, ¿vienes a casa de Joguel? Ven, te ha invitado especialmente; también va Denísov— dijo Natasha.

—¿Adónde no iría yo si me lo ordenara la condesa?— bromeó Denísov, que hacía ahora de caballero de Natasha. —Estoy dispuesto a bailar hasta el pas de châle.

—Si tengo tiempo... Me comprometí con los Arjárov, que dan una velada— dijo Nikolái. —¿Y tú?— preguntó a Dólojov. Apenas hubo pronunciado esas palabras comprendió que eran inoportunas.

—Sí, quizá...— replicó fríamente y de mal humor Dólojov, volviendo sus ojos hacia Sonia; después, frunciendo el ceño, miró a Nikolái lo mismo que había mirado a Pierre en el banquete del club.

"Algo ha sucedido", pensó Rostov. Y su recelo pareció confirmarse al ver que Dólojov se retiraba inmediatamente después de terminada la cena. Llamó a Natasha y le preguntó qué había sucedido.

—Te andaba buscando— y Natasha se acercó corriendo a él. —Ya te lo dije y tú no querías creerme— añadió con aire triunfal. —Se ha declarado a Sonia.

A pesar de que Nikolái se había preocupado muy poco de Sonia en aquel tiempo, sintió un desgarrón íntimo al escuchar las palabras de su hermana. Dólojov era un partido aceptable y hasta cierto punto brillante para Sonia, huérfana y sin dote. Desde el punto de vista de la condesa y de la sociedad, no había motivos para no aceptar. Por eso, al oír a Natasha, el primer movimiento de Nikolái fue de cólera contra Sonia. Iba a decir: "Perfecto, hay que olvidar las promesas infantiles y aceptar la petición de mano...".

Pero Natasha no le dio tiempo a decirlo:

—¡Y figúrate! Lo ha rechazado— dijo. —Le ha dicho que ama a otro— agregó después de una pausa.

"Mi Sonia, no podía proceder de otro modo", pensó Nikolái.

—Mamá ha insistido y le ha suplicado mucho, pero Sonia se niega y sé que no cambiará cuando dice una cosa...

—¿Mamá se lo ha pedido?— dijo Nikolái con reproche.

—Sí— repuso Natasha; —no te enfades, Nikolái. ¿Sabes?, yo creo que no te casarás con Sonia. No sé por qué, pero estoy segura de que no te casarás con ella.

—Tú no puedes saberlo— dijo Nikolái. —Pero tengo que hablar con ella... ¡Qué criatura tan deliciosa es Sonia!— agregó sonriendo.

—Es un encanto... Te la enviaré— Natasha besó a su hermano y salió corriendo.

Un poco después, amedrentada, confusa, como sintiéndose culpable, entró Sonia. Rostov se acercó y le besó la mano. Era la primera vez desde su llegada que se hablaban a solas y de su amor.

—Sophie— dijo tímidamente al principio; después se sintió más seguro: —¿Va a rechazar un partido brillante y ventajoso? Dólojov es un hombre excelente, noble... es amigo mío...

—Ya lo he rechazado— interrumpió vivamente Sonia.

—Si lo hace por mi causa, tengo miedo de que...

—Nikolái, no me lo diga— interrumpió de nuevo Sonia, mirándolo con suplicante angustia.

—No. Debo decirlo. Quizá sea suffisance por mi parte, pero es mejor decirlo. Si lo ha rechazado por mí, es necesario que le diga toda la verdad. La amo... la amo, creo que más que a nadie...

—Eso me basta— dijo Sonia sonrojándose.

—Pero me he enamorado miles de veces y volveré a estarlo, aunque ninguna otra me ha inspirado este sentimiento de amistad, de confianza y de amor como usted. Además, soy joven. Mamá no quiere nuestro matrimonio. En una palabra, no puedo prometerle nada y le pido que reflexione con respecto a la petición de Dólojov— concluyó, pronunciando con esfuerzo el nombre de su amigo.

—No me diga eso. No quiero nada. Lo amo como a un hermano; lo amaré siempre y no deseo otra cosa.

—¡Es usted un ángel! No soy digno de usted, y sólo tengo miedo de engañarla.

Y Nikolái le besó de nuevo la mano.

Guerra Y Paz - León TolstoiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora