Después del entierro de su padre, la princesa María se había encerrado en su habitación y no recibía a nadie. La doncella se acercó a la puerta para avisar de que Alpátich había llegado y pedía órdenes sobre el viaje (esto sucedía antes de la conversación de Alpátich con Dron). La princesa María se incorporó del diván en que permanecía echada y, sin abrir la puerta, dijo que no pensaba ir a ningún sitio y pedía que la dejaran tranquila.
Las ventanas de su habitación estaban orientadas al occidente. La princesa permanecía recostada, con el rostro vuelto hacia la pared, y pasaba los dedos por los botones de un cojín de cuero sin ver nada más. Sus vagos pensamientos se hallaban concentrados en un solo punto: pensaba en lo irrevocable que es la muerte y en su bajeza moral, de la que hasta entonces no se había dado cuenta y se le acababa de revelar durante la enfermedad de su padre. Deseaba rezar, pero no se atrevía a hacerlo. En su actual estado de ánimo consideraba un atrevimiento dirigirse a Dios. Así permaneció durante largo tiempo sin cambiar de posición.
El sol se ponía en la otra parte de la casa y con sus oblicuos rayos vespertinos iluminaba, a través de las ventanas abiertas, toda la habitación y la parte del cojín que contemplaba la princesa María. De pronto dejó de pensar. Se levantó inconscientemente, se alisó el cabello y se acercó a una ventana, respirando la frescura de la tarde diáfana pero ventosa.
"Sí, ahora te es más fácil admirar el crepúsculo. Él ya no existe y nadie puede impedírtelo", se dijo. Se dejó caer en una silla y apoyó la cabeza en el antepecho de la ventana.
Alguien, con voz tierna y dulce, la llamó desde el jardín y se acercó a besar su cabeza. La princesa alzó la cabeza. Era mademoiselle Bourienne, vestida de negro con un traje adornado de encajes. Abrazó a la princesa y estalló en sollozos. La princesa María se la quedó mirando y de pronto se agolparon en su mente todos los sinsabores y celos experimentados en otro tiempo. Se acordó de que su padre, en los últimos meses, había cambiado de conducta con respecto a la francesa, no la llamaba para nada. ¡Cuán injustos habían sido, pues, los reproches que le había hecho en el fondo de su corazón! "¿Puedo juzgar a nadie, yo, yo que he deseado su muerte?", pensó.
La princesa María imaginó vivamente la situación de mademoiselle Bourienne, a quien en los últimos tiempos había alejado de sí pero que seguía dependiendo de ella y vivía en casa ajena. La compadeció; la miró con afectuosa interrogación y le tendió la mano. Inmediatamente, mademoiselle Bourienne comenzó a llorar y a besar la mano de la princesa; le hablaba del gran dolor de la princesa y que ella compartía. El único consuelo —decía— era que la princesa le permitiera compartir aquel dolor. Decía que todos los malentendidos debían desaparecer ante aquella gran pena; que seguía sintiéndose pura ante todos y que él estaría viendo allá su afecto y su reconocimiento. La princesa escuchaba aquellas palabras sin entenderlas. Pero no dejaba de mirarla y percibir el dulce sonido de su voz.
—Su situación, querida princesa, es doblemente terrible— añadió mademoiselle Bourienne tras un breve silencio. —Comprendo que no pueda pensar en sí misma, pero, yo, por el cariño que siento hacia usted, debo hacerlo... ¿Ha visto a Alpátich? ¿Le habló de la marcha?
La princesa María no contestó. No comprendía quién debía partir, ni adonde. "¿Acaso se puede emprender algo ahora? ¿Pensar en algo? ¿Acaso no da todo igual?"
—¿Sabe que estamos en peligro, chère Marie?— siguió mademoiselle Bourienne. —Nos rodean los franceses y es peligroso salir ahora. Si nos vamos es casi seguro que caeremos prisioneras, y Dios sabe...
La princesa miraba a su amiga sin comprender del todo lo que decía.
—¡Oh! ¡Si supieran qué indiferente me es ahora todo!— dijo. —No querría por nada del mundo alejarme de él... Alpátich me ha dicho algo sobre el viaje... Hable usted con él; yo no puedo ni quiero ocuparme de nada...
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Guerra Y Paz - León Tolstoi
ClassicsPrincipios de S. XIX, mientras Napoleón planea como invadir Rusia, Natasha, Pierre, Andréi, María y Nikolái descubrirán que tanto en la vida como en el amor hay tiempos de guerra y de paz.