Capítulo 19

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Al día siguiente el príncipe Andréi fue a visitar a ciertas personas en cuyas casas no había estado aún, y entre ellas a los Rostov, cuya amistad fue renovada en el último baile. Además del deber de cortesía, lo llevaba allí el deseo de ver en la intimidad a la muchacha original y llena de vitalidad que tan grato recuerdo le dejara.

Natasha fue una de las primeras en salir a su encuentro. Llevaba un vestido azul de gasa con el cual pareció al príncipe aún mejor de como la viera en el baile. Ella y toda la familia lo acogieron como a un viejo amigo, con sencillez cordial. Esta familia, a la que en otros tiempos juzgara con tanta severidad, le pareció ahora sencilla y amable. La hospitalidad campechana del viejo conde, especialmente agradable en San Petersburgo, era tan sincera que el príncipe Andréi no pudo rehusar la invitación de quedarse a comer con ellos. "Es una familia buena, excelente —pensaba Bolkonski—, que no sabe ni se imagina el tesoro que tiene en Natasha. Magníficas personas, que forman el mejor fondo para esta encantadora muchacha tan poética y llena de vida."

El príncipe Andréi veía en Natasha un mundo distinto, completamente ajeno para él, lleno de alegrías ignoradas; ese extraño mundo que en la avenida del jardín de Otrádnoie y en la ventana, aquella noche de luna, lo había desazonado tanto. Ahora, ese mundo ya no lo irritaba, no le era ajeno, sino que, al penetrar en él, le ofrecía nuevos placeres.

Después de la comida, a petición del príncipe Andréi, Natasha cantó acompañándose con el clavicordio. El príncipe, de pie junto a la ventana y sin abandonar la conversación de las damas, la escuchaba. En medio de una frase quedó en silencio y notó que atenazaban su garganta unas lágrimas inesperadas cuya posibilidad no conocía. Miró a Natasha, que seguía cantando, y algo nuevo y feliz removió su ser. Se sentía a un tiempo feliz y triste. No tenía razón alguna para llorar, pero las lágrimas estaban a punto de brotar. ¿Por qué? ¿Por su amor de otros tiempos? ¿Por la pequeña princesa Lisa? ¿Por tantas desilusiones?... ¿Por sus esperanzas en el porvenir?... Sí y no. La razón principal de aquellas lágrimas era la contradicción terrible, vivamente sentida por él, entre su anhelo de algo infinitamente grande e indeterminado y la sensación de que él era un ser limitado y corpóreo, como también ella. Esa contradicción lo afligía y alegraba mientras la oía cantar.

Apenas dejó de cantar se acercó a él y le preguntó si le gustaba su voz. Hizo la pregunta y quedó confusa, porque comprendió que no debía haberla hecho. Él sonrió y, mirándola, le dijo que su canto le agradaba como todo lo que ella hacía.

Ya era de noche cuando el príncipe Andréi salió de casa de los Rostov. Se acostó por la fuerza de la costumbre, pero pronto vio que le era imposible dormir. Bien encendía la vela, como se sentaba en el lecho, se levantaba, volvía a tumbarse, sin que el insomnio tenaz lo hiciera sufrir. Estaba alegre, renovado, como si acabara de salir de una habitación asfixiante al aire libre. No se le ocurría pensar, siquiera, que estuviera enamorado de Natasha; no pensaba en ella, pero su sola imagen hacía que su vida apareciera bajo una nueva luz. "¿Para qué me esfuerzo?, ¿para qué me afano en un ambiente estrecho y cerrado, cuando la vida, toda la vida, se me abre con sus alegrías?" Por primera vez, después de mucho tiempo, comenzó a hacer proyectos felices para el porvenir. Decidió que debía ocuparse de la educación de su hijo, confiarla a un buen preceptor; debía también dimitir de su cargo y salir al extranjero, visitar Inglaterra, Suiza e Italia. "Debo aprovechar mi libertad mientras sienta en mí tanto vigor y tanta juventud —se decía a sí mismo—. Tenía razón Pierre cuando aseguraba que es preciso creer en la posibilidad de ser feliz para serlo. Ahora creo en ella. Dejemos que los muertos entierren a los muertos; mientras se vive, hay que vivir y ser feliz."

Guerra Y Paz - León TolstoiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora