Capítulo 10

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Poco después de su admisión en la masonería, Pierre, con una relación completa, hecha por él mismo, de cuanto debía hacer en sus posesiones, salió hacia la provincia de Kiev, donde se encontraba la mayoría de sus campesinos.

Llegado a Kiev reunió en su oficina principal a todos los administradores y les expuso sus intenciones y deseos. Les explicó las medidas inmediatas que pensaba tomar en orden a la emancipación de los campesinos; entretanto, no debían ser tratados como antes, no debían trabajar las mujeres; debía prestarse ayuda, a los campesinos y reprenderlos en vez de recurrir a los castigos corporales; en cada hacienda debía haber hospitales, asilos y escuelas. Algunos de los administradores (entre los cuales había semianalfabetos) lo escuchaban espantados, deduciendo de todo ello que el joven conde estaba disgustado por el mal gobierno de las fincas y por las ocultaciones de dinero. Otros, pasado el primer susto, encontraron muy divertido su modo de hablar y las ideas expuestas, absolutamente nuevas para ellos. Para otros era un placer escuchar a su amo. Y por fin los más inteligentes —y entre ellos el administrador general— comprendieron cómo habían de portarse con el conde en favor de sus propios intereses.

El administrador general expresó su gran simpatía hacia los propósitos de Pierre, pero observó que, además de las reformas propuestas, había que ocuparse de la marcha de la economía, que estaba mal.

A pesar de la inmensa fortuna del conde Bezújov, desde que Pierre gozaba de quinientos mil rublos de renta anual, según se afirmaba, se sentía mucho más pobre que cuando el difunto conde, su padre, le pasaba diez mil al año. Tenía una vaga idea, en líneas generales, de ese presupuesto: al Consejo de Tutela pagaba unos ochenta mil rublos por todas sus posesiones; el mantenimiento de la villa cerca de Moscú, de la casa en esa ciudad y de las princesas costaba casi treinta mil; las pensiones le llevaban quince mil y casi otro tanto las obras de beneficencia. Pasaba a la condesa su mujer— ciento cincuenta mil rublos, y los intereses de las deudas representaban unos setenta mil; la construcción de una iglesia, comenzada antes, le había costado en aquellos dos años diez mil rublos; y el resto, unos cien mil, se gastaban sin que él supiese en qué; casi cada año tenía que pedir dinero prestado. Además, el administrador general de sus posesiones le escribía todos los años hablando bien de incendios, bien de malas cosechas o de la necesidad de reformas en edificios o fábricas. Y así, lo primero que Pierre hubo de hacer fue lo que menos le gustaba y lo que menos podía acomodarse a su temperamento e inclinaciones: dedicarse a la revisión de sus intereses.

Pierre trabajaba cada día con el administrador general, aunque se daba cuenta de que su esfuerzo no hacía progresar en nada sus proyectos. Sentía que esas conversaciones nada tenían que ver con ellos, que no los concretaban ni impulsaban. Por una parte, el administrador general exponía la situación a la luz más pesimista tratando de convencer a Pierre de la necesidad de pagar las deudas y emprender nuevos trabajos, utilizando a los siervos, cosa que Pierre no consentía; por otra parte, Pierre exigía que se iniciase cuanto antes la emancipación, contra la cual el administrador amontonaba razones, como la perentoria urgencia de pagar en primer lugar las deudas del Consejo de Tutela, por lo cual era imposible cumplir con rapidez los propósitos del conde.

No es que el administrador general dijese que era absolutamente imposible la emancipación de los siervos; pero, a fin de llegar a ese objetivo, aconsejaba la venta de los bosques de la provincia de Kostromá, de las tierras situadas en la parte baja del Volga y la hacienda de Crimea, operaciones todas que, a juicio del administrador, iban ligadas a tan gran número de expedientes, levantamiento de prohibiciones, peticiones y autorizaciones que Pierre se perdía en todo ello, contentándose con responder: "Bueno, bueno, hágalo así".

Pierre no poseía la perseverancia práctica que le habría permitido realizar por sí mismo semejantes gestiones, que, además, no le agradaban, y se limitaba a fingir ante el encargado que se ocupaba de ello. El administrador, por su parte, trataba de fingir ante el conde que tales ocupaciones eran muy útiles para el amo, pero embarazosas para él.

Guerra Y Paz - León TolstoiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora