Capítulo 12

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En vísperas de la campaña, Nikolái Rostov recibió una carta de sus padres en la cual le contaban brevemente la enfermedad de Natasha y su ruptura con el príncipe Andréi. La ruptura la había decidido Natasha, y le rogaban que pidiese la baja y volviera a casa. Nikolái no trató de obtener la baja ni un permiso; escribió a los suyos condoliéndose de la enfermedad de su hermana y de la ruptura con Bolkonski, añadiendo que haría lo posible para cumplir sus deseos. Aparte, escribió a Sonia:

"Adorada amiga de mi alma: Nada que no fuese el honor podría retenerme aquí; pero ahora, en vísperas del comienzo de una campaña, me consideraría deshonrado no sólo ante todos mis camaradas, sino ante mí mismo, si prefiriera la felicidad propia al deber y al amor a la patria. Sin embargo, ésta es nuestra última separación; créeme que inmediatamente después de esta guerra, si vivo aún y si continúas amándome, lo abandonaré todo y correré a tu lado para estrecharte, ya para siempre, en mis brazos".

En realidad, sólo el comienzo de la guerra impidió a Rostov regresar, como había prometido, y casarse con Sonia. El otoño en Otrádnoie, con las cacerías, el invierno con las fiestas navideñas y el amor de Sonia le brindaban perspectivas apacibles y gozosas de una vida de hidalgo, nunca conocidas antes y que ahora lo atraían. "Una mujer excelente, hijos, una buena jauría de lebreles y galgos, la hacienda, los vecinos, los cargos electivos...", pensaba. Pero ahora llegaba la guerra y había que permanecer en el regimiento. Y porque éste era su deber, Nikolái Rostov, de acuerdo también con su carácter, estaba contento con la vida del regimiento y sabía hacérsela agradable.

De vuelta del permiso, recibido con alegría por sus camaradas, Nikolái fue enviado en busca de caballos a Ucrania, de donde volvió con unos animales magníficos que le valieron grandes alabanzas de sus superiores. Durante esa ausencia lo ascendieron a capitán, y cuando el regimiento se puso en pie de guerra recibió de nuevo el mando de su antiguo escuadrón, cuyos efectivos habían aumentado.

La campaña dio comienzo y el regimiento fue enviado a Polonia. Recibían doble paga, llegaban nuevos oficiales, soldados y caballos y predominaba, sobre todo, un estado de jovial excitación que suele acompañar los comienzos de una guerra. Rostov, sintiéndose seguro en su privilegiada posición militar, se entregaba por completo a los placeres y a los intereses del servicio, aunque sabía que tarde o temprano tendría que abandonarlo.

Las tropas habían retrocedido de Vilna por diversas y complicadas causas: unas estatales, otras políticas y otras tácticas. Cada retroceso iba acompañado en el Estado Mayor General de un complejo juego de intereses, proyectos y pasiones. Mas para los húsares del regimiento de Pavlograd, todos aquellos retrocesos, en el mejor período del estío, con víveres suficientes, era la actividad más sencilla y divertida. Desanimarse, inquietarse o intrigar eran asuntos exclusivos del Cuartel General; en las unidades nadie se preguntaba siquiera el porqué de las marchas y los retrocesos. Si lamentaban la retirada, se debía únicamente al hecho de abandonar el alojamiento al que se habían acostumbrado o a una hermosa muchacha polaca. Y si alguno llegaba a pensar que las cosas no iban bien, entonces, como corresponde a un buen militar, procuraba mostrarse alegre y no pensar en la marcha general de las operaciones, sino en sus quehaceres inmediatos. Al principio, cerca de Vilna, se habían divertido mucho: hacían amistades con los propietarios polacos y tomaban parte en las revistas celebradas ante el Emperador y otros altos jefes. Más tarde llegó la orden de replegarse a Sventsian y destruir todas las subsistencias que no pudieran llevarse. Sventsian quedó en la memoria de los húsares como el campamento de los borrachos, nombre que se le dio en todo el ejército por la cantidad de quejas llegadas contra los soldados, quienes, valiéndose de la orden de aprovisionarse, se llevaban, además de los víveres, los caballos, los coches y hasta las alfombras de los magnates polacos.

Guerra Y Paz - León TolstoiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora