De regreso a Moscú, Nikolái Rostov fue recibido por los suyos como el mejor de los hijos, como un héroe, como el querido Nikóleñka; por los parientes, como un simpático joven, agradable y respetuoso; por las amistades, como un apuesto subteniente de húsares, buen bailarín y uno de los mejores partidos de Moscú.
Los Rostov conocían a todo Moscú. Aquel año el viejo conde contaba con bastante dinero, porque había vuelto a hipotecar sus haciendas. Por esa causa, Nikolái Rostov pudo adquirir un buen caballo de carreras y llevaba los pantalones a la última moda, como no se conocían aún en Moscú, y las botas de montar más elegantes, de puntera fina y pequeñas espuelas de plata. Pasaba alegremente el tiempo y experimentaba, desde su regreso al hogar, la agradable sensación de adaptarse de nuevo, después de cierto tiempo, a sus antiguas condiciones de vida. Le parecía que era ya todo un hombre y que había crecido. Recordaba su desesperación por un suspenso en religión, los préstamos solicitados a Gavrilo, los furtivos besos a Sonia como chiquilladas lejanas. Ahora era subteniente de húsares, con su guerrera bordada en plata y con su cruz de San Jorge; preparaba su caballo para las carreras con otros aficionados de edad madura, gente conocida y honorable. Tenía amistad con una dama del bulevar, a cuya casa iba de anochecida; dirigía la mazurka en el baile de los Arjárov, hablaba de la guerra con el mariscal Kámenski, frecuentaba el Club Inglés y se tuteaba con un coronel de cuarenta años, presentado por su amigo Denísov.
Su pasión por el Emperador se había debilitado un tanto en Moscú, porque no tenía ocasión de verlo, pero hablaba con frecuencia del Zar y de su amor por él, dando a entender que no lo contaba todo, porque en su amor había algo que no estaba al alcance de todos. Y compartía plenamente el sentimiento de adoración hacia la persona del emperador Alejandro Pávlovich, profesado en todo Moscú, donde lo llamaban "ángel hecho hombre".
Durante su breve estancia en Moscú Rostov no se sintió más cerca de Sonia; al contrario, se alejó de ella. Sonia era atractiva y bella; no disimulaba su amor apasionado hacia Nikolái, pero él estaba en esos momentos de la juventud cuando a los jóvenes siempre les parece que tienen mucho que hacer, y no disponen de tiempo para ello; el joven teme comprometerse, valora su libertad, que necesita para muchas otras cosas. Cuando Rostov pensaba en Sonia, durante esa nueva estancia en Moscú, se decía: "Habrá y hay muchas, muchas así, quién sabe dónde, yo todavía no las conozco. Tengo tiempo aún para dedicarme al amor, pero ahora no lo tengo". Además, la compañía de las mujeres se le hacía humillante para su dignidad de hombre. Iba a los bailes, estaba con ellas, fingiendo siempre que lo hacía contra su voluntad. Las carreras, el Club Inglés y las juergas con Denísov, las visitas allá, eran otro asunto: eran cosas propias de un joven húsar.
A principios de marzo, el viejo conde Iliá Andréievich Rostov se ocupaba de organizar un banquete en el Club Inglés para recibir al príncipe Bagration.
El conde paseaba por el salón en batín y daba órdenes al administrador del club y al célebre Teoctis, cocinero jefe del Club Inglés, sobre espárragos, pepinillos frescos, fresas, la ternera y el pescado para la comida de Bagration. El conde era miembro y directivo del Club Inglés desde su fundación. Se le había confiado la organización del banquete en honor de Bagration porque nadie como él podía llevarlo a cabo y, sobre todo, porque pocos como él sabían y querían invertir dinero propio en una fiesta, si era necesario. El cocinero jefe y el administrador del club escuchaban con alegría las órdenes del conde, porque sabían que con nadie mejor que con él podrían ganar tanto con un banquete que costaba miles de rublos.
—No te olvides de poner mariscos en el caldo de tortuga.
—Entonces, ¿tres platos fríos?— preguntó el cocinero.
El conde quedó pensativo.
—Menos de tres, imposible... El de la mayonesa...— dijo doblando un dedo.
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Guerra Y Paz - León Tolstoi
ClassicsPrincipios de S. XIX, mientras Napoleón planea como invadir Rusia, Natasha, Pierre, Andréi, María y Nikolái descubrirán que tanto en la vida como en el amor hay tiempos de guerra y de paz.