La princesa María no estaba en Moscú ni fuera de peligro, como pensaba el príncipe Andréi.
Después del regreso de Alpátich de Smolensk, el viejo príncipe pareció volver de pronto a la realidad. Ordenó reunir y armar a los campesinos y escribió una carta al general en jefe anunciándole su decisión de permanecer en Lisie-Gori hasta el último momento y defenderse, dejando a su criterio el tomar o no medidas para la defensa de la hacienda, donde uno de los más viejos generales de Rusia iba a ser hecho prisionero o muerto; después manifestó a los suyos que había decidido quedarse en la casa.
Pero al mismo tiempo lo dispuso todo para enviar a Moscú a la princesa, a Dessalles y al pequeño príncipe, que primero se detendrían en Boguchárovo. La princesa María, asustada por la actividad febril e insomne de su padre, actividad que había sucedido al anterior abatimiento, no se decidía a dejarlo solo y, por primera vez en su vida, se permitió no obedecerlo. Se negó a partir y sufrió la terrible cólera de su padre. El príncipe le recordó todo aquello de que la acusaba sin razón alguna. Tratando de culparla de algo, dijo que lo atormentaba, que había provocado la discordia entre él y su hijo, que sostenía infames sospechas acerca de él y que su objetivo era envenenarle la vida; finalmente, la expulsó de su despacho, manifestando que le era indiferente que se fuera o no. Dijo que no quería saber nada de su existencia y mandó que no apareciera más ante sus ojos. Pero el hecho de que no ordenara que la llevaran por la fuerza, cosa que ella temía, y que sólo le prohibiera aparecer ante su vista alegró a la princesa. Eso probaba, y ella lo sabía, que su padre, en lo más íntimo de su alma, estaba contento de que no se fuera de Lisie-Gori.
Al día siguiente, después de la marcha de Nikóleñka, el viejo príncipe, muy de mañana, vistió su uniforme de gala y se dispuso a visitar al general en jefe. El coche ya estaba esperándolo. La princesa María lo vio salir con todas sus condecoraciones, para pasar revista a la servidumbre y a los campesinos armados. La princesa, sentada junto a la ventana, escuchaba la voz de su padre, que sonaba en el jardín. De pronto, varias personas corrieron por la avenida con el rostro asustado.
La princesa María corrió hacia el porche, el sendero de flores y la avenida. Un numeroso grupo de milicianos y criados venían a su encuentro mientras en el centro de aquel tropel algunos hombres arrastraban, sujetándolo bajo los brazos, a un viejito pequeño con su uniforme y sus condecoraciones. La princesa María corrió hacia él. En el vacilante juego de los pequeños círculos de luz que pasaban a través de las hojas de los tilos no pudo advertir el cambio que se había operado en el rostro de su padre. Sólo vio una cosa: que la habitual expresión severa y enérgica de aquel rostro había cedido paso a una profunda timidez y docilidad. Al ver a su hija, el príncipe movió los exangües labios y emitió un ronquido. Era imposible comprender lo que decía. Entre varios hombres lo llevaron hasta su despacho y lo tendieron en aquel diván que tanto detestaba en los últimos tiempos.
El médico, llamado con urgencia, le hizo aquella misma noche una sangría y manifestó que el príncipe estaba paralizado del lado derecho.
Se hacía cada vez más peligrosa la estancia en Lisie-Gori, y al día siguiente condujeron al enfermo a Boguchárovo. El médico fue con ellos.
Cuando llegaron a Boguchárovo, Dessalles y el pequeño príncipe habían partido ya para Moscú.
El viejo Bolkonski, paralizado, ni mejor ni peor que en Lisie-Gori, permaneció en Boguchárovo durante tres semanas en aquella nueva casa que hizo construir el príncipe Andréi; yacía sin conocimiento como un cadáver mutilado. Murmuraba de continuo algo ininteligible moviendo las cejas y los labios, pero era imposible saber si comprendía lo que sucedía a su alrededor. De una sola cosa había certeza: que sufría y deseaba decir algo, pero nadie podía entender lo que intentaba decir. ¿Se trataba de un capricho del viejo príncipe enfermo y casi inconsciente, quería decir algo sobre la situación general o referirse a circunstancias familiares?
ESTÁS LEYENDO
Guerra Y Paz - León Tolstoi
ClassicsPrincipios de S. XIX, mientras Napoleón planea como invadir Rusia, Natasha, Pierre, Andréi, María y Nikolái descubrirán que tanto en la vida como en el amor hay tiempos de guerra y de paz.