Capítulo 13

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Una noche, cuando la vieja condesa, con chambra, sin sus falsos bucles, con un delgado mechón de pelo que sobresalía de su blanco gorro de dormir, hacía las genuflexiones de la oración nocturna sobre una pequeña alfombra, entre suspiros y ayes, crujió la puerta y entró corriendo Natasha, calzados los pies desnudos, también con chambra y papillotes. La condesa la miró enfadada mientras concluía la oración interrumpida: "¿Habrá de ser este lecho mi féretro?". La entrada de su hija cortó su fervor religioso.

Natasha, sonrosada y alegre, al ver que su madre rezaba se detuvo y sin darse cuenta sacó la lengua amenazándose a sí misma. Después, viendo que su madre continuaba el rezo, corrió de puntillas hacia la cama, se quitó las zapatillas, restregó sus pequeños pies y saltó al lecho que la condesa Rostova temía tener por féretro. Era una cama alta, con colchones de pluma y cinco almohadones superpuestos en disminución. Natasha se hundió en las plumas, se volvió de cara a la pared y procuró acomodarse bajo el edredón. Quedó por fin sentada, con las piernas dobladas junto a la barbilla, sin dejar de moverse: tan pronto pataleaba como reía bajito, bien se tapaba la cabeza o miraba a su madre. La condesa terminó sus oraciones y se acercó a ella con rostro severo. Pero al ver a Natasha con la cabeza tapada, sonrió con su bondadosa y dulce sonrisa.

—Y bien, ¿qué hay?— dijo.

—¿Podemos hablar, mamá?— preguntó Natasha. —Bueno, un beso nada más, en el hoyito, uno solo— abrazó a su madre por el cuello, besándola debajo de la barbilla.

Natasha mostraba cierta rudeza exterior en el trato con su madre, pero era tan delicada y hábil que jamás le causaba daño, molestia ni desagrado.

—Bueno, ¿de qué quieres hablar hoy?— preguntó la condesa, apoyándose en los almohadones, mientras Natasha, después de haber girado dos veces sobre sí misma, se acomodó junto a ella bajo el edredón, dejando los brazos fuera y tomando un aire serio.

Las visitas nocturnas que Natasha hacía a su madre, antes de que el conde volviera del club, constituían uno de los mayores placeres de ambas.

—Dime, ¿de qué se trata hoy? También yo tengo que hablarte...

Natasha tapó con su mano la boca de la condesa.

—Ya lo sé, de Borís...— dijo seriamente. —Por eso he venido. No hable, lo sé. Pero, no, dígamelo — retiró la mano —dígamelo, mamá... ¿es simpático?

—Natasha, ya tienes dieciséis años y a esa edad yo estaba casada. Tú dices que Borís es simpático. Sí que lo es, y lo quiero como a un hijo, pero ¿qué pretendes?... ¿Qué es lo que piensas? Le has sorbido el seso, ya lo veo...

La condesa, al decirlo, miró a su hija. Natasha permanecía inmóvil, con los ojos fijos en una esfinge esculpida en madera de caoba en los ángulos de la cama, de manera que la condesa podía ver el rostro de su hija sólo de perfil. La asombró su expresión concentrada y seria.

Natasha escuchaba y reflexionaba.

—¿Y qué?— dijo.

—Le has hecho perder la cabeza. ¿Para qué? ¿Qué quieres de él? Sabes que no puedes casarte con él.

—¿Por qué?— preguntó Natasha, sin cambiar de posición.

—Porque es joven, porque es pobre, porque es pariente tuyo... porque tampoco tú lo amas.

—¿Cómo lo sabe?

—Lo sé; eso no está bien, querida.

—¿Y si yo quiero?...

—Deja de decir tonterías.

—¿Y si yo quiero?...

—Natasha, en serio te digo...

Natasha no la dejó terminar. Tomó la fina y larga mano de la condesa, la besó en el dorso, después en la palma, le dio la vuelta y besó la primera falange del índice, luego en el medio de la articulación, luego la otra falange, mientras iba diciendo: "enero, febrero, marzo, abril, mayo".

—Hable, mamá, ¿por qué no dice nada?— y miró a su madre; la condesa la miraba con ternura y parecía haber olvidado todo cuanto quería decir.

—No está bien, cariño mío. No todos comprenderán su amistad de la infancia; y el que los vean a los dos ahora, tan juntos, puede perjudicarte a los ojos de otros jóvenes que nos visitan. Y, sobre todo, a él lo hace sufrir en vano. Tal vez ha encontrado ya un buen partido y ahora parece estar loco por ti.

—¿Loco por mí?— repitió Natasha.

—Te contaré lo que me pasó a mí misma. Yo tenía un cousin...

—Sí, Kiril Matvéich, ya lo sé. ¡Pero si es un viejo!

—No lo ha sido siempre, hija. Mira una cosa, yo hablaré con Borís. No debe venir con tanta frecuencia...

—¿Por qué no, si le gusta?

—Porque sé que acabará en nada.

—¿Cómo lo sabe? No, mamá, no se lo diga. ¡Qué tonterías!— dijo Natasha con el tono de la persona a quien le pretenden quitar algo suyo. —Bueno, no me casaré, pero que siga viniendo: a él le gusta y a mí también— y miró sonriendo a su madre. —No nos casaremos, seguiremos así.

—¿Qué quieres decir?— preguntó la condesa.

Así... No hace falta que me case, seguiremos así.

—¡Así, así!— repitió la madre; y de pronto comenzó a reírse y todo su cuerpo fue sacudido por una risa bonachona, inesperada, senil.

—¡No se ría, mamá! ¡No se ría!...— gritó Natasha. —Mueve toda la cama. Se parece terriblemente a mí, en seguida se ríe.

Tomó las manos de la condesa y besó en una el meñique diciendo "junio" y siguió besando en la otramano; julio, agosto...

—Mamá, ¿y está muy enamorado? ¿Qué le parece? ¿Se enamoró así alguien de usted? ¡Es muy simpático, muy, muy simpático! Pero no acaba de gustarme del todo; es tan estrecho como el reloj del comedor... ¿me comprende?... estrecho, sabe, gris, transparente...

—¿Qué tonterías se te ocurren?— dijo la condesa.

—¿Es posible que no me comprenda?— siguió diciendo Natasha. —Nikóleñka me comprendería... Bezújov, en cambio, es azul, azul oscuro con algo rojo y además es cuadrado.

—También con él coqueteas— rió la condesa.

—No, he sabido que es masón... Es bondadoso, azul oscuro con rojo; no sé cómo explicárselo...

La voz del conde sonó detrás de la puerta:

—¡Condesita! ¿No duermes?

Natasha saltó de la cama y, descalza, con las zapatillas en las manos, corrió hacia su habitación.

Tardó en dormirse. Pensaba que nadie podía comprender lo que ella comprendía y lo que tenía dentro.

"¿Sonia? —pensó, mirando a la dormida gatita hecha un ovillo y su enorme trenza—. No, ¡quiá! Es muy virtuosa. Se enamoró de Nikóleñka y no quiere saber otra cosa. Ni siquiera mamá lo comprende. Es sorprendente —siguió hablando de sí misma, en tercera persona, imaginando que todo esto lo decía de ella un hombre muy brillante, el más brillante y bueno—. Lo tiene todo, es muy inteligente y graciosa... —continuaba ese hombre—, posee una inteligencia extraordinaria, es simpática, y además bella, muy bella. Es muy ágil, nada y monta a caballo maravillosamente; ¡y qué voz! ¡Una voz espléndida!" Y Natasha cantó su fragmento favorito de una ópera de Cherubini; se tiró a la cama y sonrió con el alegre pensamiento de que se iba a dormir en seguida. Llamó a Duniasha para que apagase la luz; pero apenas tuvo Duniasha tiempo de salir de la habitación, cuando ella había pasado ya a otro mundo más feliz, al dichoso mundo de los sueños, donde todo era no sólo tan fácil y hermoso como en la realidad, sino aún mejor, porque todo sucedía de otro modo.

Al día siguiente, la condesa invitó a Borís, habló con él, y desde entonces el joven dejó de ir a casa de los Rostov.

Guerra Y Paz - León TolstoiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora