Al día siguiente de su admisión en la logia, Pierre leía en su casa un libro y trataba de comprender el significado del cuadrado, uno de cuyos lados representaba a Dios, el otro el mundo moral, el tercero el mundo físico y el cuarto una mezcla de ambos. De vez en cuando se abstraía de aquellas cosas y mentalmente trazaba para sí un nuevo plan de vida. El día anterior, en la logia, le habían dicho que la noticia de su duelo con Dólojov había llegado hasta el Emperador y que lo más prudente para él sería alejarse de San Petersburgo. Pierre pensaba ir a sus posesiones del sur de Rusia y ocuparse allí de sus campesinos. Soñaba con júbilo en aquella nueva vida cuando, de improviso, entró en la habitación el príncipe Vasili.
—Querido, ¿qué es lo que has hecho en Moscú? ¿Por qué te has enfadado con Elena? Estás en un error— dijo el príncipe Vasili al entrar. —Lo sé todo y puedo asegurarte que Elena es tan inocente ante ti como lo fue Cristo ante los judíos.
Pierre se disponía a contestar, pero lo interrumpió el príncipe:
—¿Por qué no te has dirigido a mí sencillamente, como a un amigo? Lo sé todo y todo lo comprendo — dijo. —Te has portado como un hombre decente que estima su honor; quizá con alguna precipitación, pero no hablemos de eso. No olvides en qué situación la dejas a ella y a mí ante los ojos del mundo y aun de la misma Corte— añadió, bajando el tono de la voz. —Ella en Moscú y tú aquí. Pero, comprende, querido— y le tiró del brazo. —Se trata de un malentendido: creo que tú mismo te has dado cuenta. Escríbele en seguida una carta, aquí, conmigo, ella vendrá, se explicará todo; si no lo haces así, te advierto que puedes tener algún disgusto.
El príncipe Vasili lo miró con aire significativo.
—Sé de buena fuente que la Emperatriz madre se interesa de veras por ese asunto. Ya sabes que estima mucho a Elena.
Varias veces intentó Pierre hablar, pero, por una parte, el príncipe Vasili no se lo permitía y, por otra, el propio Pierre temía hacerlo con un tono de negativa absoluta, tal como tenía el propósito firme de contestar a su suegro. Además, recordaba las palabras del estatuto masónico: "Sé benévolo y afable". Enrojeció y frunció el ceño; se levantó y volvió a sentarse esforzándose por hacer lo que más le costaba en la vida: decir abiertamente a una persona algo desagradable, decir algo que el otro, quienquiera que fuese, no esperaba. Estaba tan habituado a obedecer el tono de negligente seguridad que usaba el príncipe, que ahora mismo temía no poder oponerse a él; pero al mismo tiempo se daba cuenta de que todo su porvenir dependía de las palabras que pronunciara. ¿Seguiría el camino antiguo o el nuevo, el que le indicaban los masones, y que tanto lo atraía ahora porque estaba absolutamente seguro de que siguiéndolo conseguiría emprender una vida nueva?
—Y bien, querido— dijo bromeando el príncipe Vasili, —dime "sí" y la escribiré yo mismo; mataremos así un ternero cebado.
Pero no había concluido aún el príncipe su broma cuando Pierre, con rostro furibundo (que recordaba al de su padre), dijo casi en un susurro, y sin mirar a su interlocutor:
—No lo he llamado a mi casa, príncipe. ¡Márchese, por favor! ¡Márchese!— y le abrió la puerta. — ¡Váyase de una vez!— repitió, sin poder creerse a sí mismo y contento por la expresión turbada y temerosa aparecida en el rostro del príncipe.
—¿Qué te pasa? ¿Estás enfermo?
—¡Váyase!— repitió Pierre con voz temblorosa.
El príncipe Vasili tuvo que irse sin recibir explicación alguna.
Una semana después, tras haberse despedido de sus nuevos amigos los masones y dejarles una cuantiosa suma para limosnas, partió para sus posesiones. Los nuevos hermanos entregaron a Pierre cartas para los masones de Kiev y Odesa y prometieron escribirle y guiarlo en su nueva actividad.
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Guerra Y Paz - León Tolstoi
KlassikerPrincipios de S. XIX, mientras Napoleón planea como invadir Rusia, Natasha, Pierre, Andréi, María y Nikolái descubrirán que tanto en la vida como en el amor hay tiempos de guerra y de paz.