Pierre continuaba su diario. He aquí lo que escribía en aquel entonces:
24 de noviembre
Me he levantado a las ocho. He leído las Sagradas Escrituras y seguidamente fui a la oficina —de acuerdo con el consejo de su bienhechor, Pierre había empezado a trabajar en uno de los comités—. Volví a la hora de comer y lo hice solo (la condesa tenía muchos invitados que me son antipáticos). He comido y bebido con moderación y después copié algunos documentos para los hermanos. Al atardecer bajé al salón de la condesa y conté una divertida historia sobre B.; sólo cuando todos se echaron a reír a carcajadas me di cuenta de que no debía haberlo hecho.
Me retiro en un estado de ánimo tranquilo y feliz. Dios mío, ayúdame a caminar siguiendo tu senda: 1) vencer la cólera con la mesura y la paciencia; 2) vencer la lujuria con la abstinencia y la repulsión; 3) alejarme de la vanidad, pero no apartarme: a) del servicio al Estado; b) de los cuidados de la familia, c) de las relaciones amistosas; d) de ocupaciones económicas.
27 de noviembre
Hoy me he levantado tarde. Me quedé largo rato en el lecho, abandonado a la pereza. ¡Dios mío!, ayúdame; dame fuerzas para poder seguir tu camino. He leído las Sagradas Escrituras, pero sin el ánimo conveniente. Después vino el hermano Urúsov y hemos hablado de la vanidad del mundo. Me ha contado los nuevos proyectos del Emperador. Empecé a criticarlos, pero me acordé de los preceptos y palabras de nuestro bienhechor: el verdadero masón debe ser un agente activo del Estado cuando éste exige su colaboración y debe contemplar con ojos tranquilos aquellas cosas a las que no fue llamado. La lengua es mi peor enemigo. Me han visitado los hermanos G. V. y O.; hablamos de la admisión de un nuevo hermano. Me imponen las obligaciones de "rector", pero me siento débil e indigno. Hablamos después de la interpretación de las siete columnas y gradas del templo: siete ciencias, siete virtudes, siete vicios, siete dones del Espíritu Santo. El hermano O. fue muy elocuente. Por la noche tuvo lugar la iniciación. El arreglo del local ha contribuido mucho a la magnificencia de la solemnidad. Fue admitido Borís Drubetskói. Yo propuse su admisión y he sido rector. Un extraño sentimiento me inquietó durante todo el tiempo que permanecí con él en la oscura estancia; noté en mí odio por él y me esforcé en vano en vencerlo. Precisamente por eso desearía sinceramente salvarlo del mal y conducirlo al camino de la verdad. Pero los malos pensamientos referentes a él no me abandonan. Me parece que su propósito, al ingresar en nuestra hermandad, es el de acercarse a ciertas gentes y lograr el favor de los que pertenecen a nuestra logia. Además me ha preguntado en varias ocasiones si N. y S. estaban en nuestra logia (preguntas a las que yo no podía responder); según mis observaciones, no es capaz de sentir respeto por nuestra santa organización: está demasiado ocupado y satisfecho de su persona y apariencia para desear la perfección de su yo espiritual. No tenía razones para dudar de él, pero no me pareció sincero, y durante todo el tiempo que estuvimos a solas en la estancia oscura me pareció que sonreía con desprecio al oír mis palabras, y le habría atravesado gustosamente el pecho desnudo con la espada que, según el rito, apoyaba en él. No pude hablar con elocuencia y tampoco pude comunicar sinceramente mis sospechas al gran maestro y a los demás hermanos. ¡Gran Arquitecto de la Naturaleza, ayúdame a encontrar los verdaderos caminos que nos conducen fuera del laberinto de la mentira!
Después de esas anotaciones, dejó tres páginas en blanco y escribió lo siguiente:
He tenido una conversación larga e instructiva a solas con el hermano V., quien me ha aconsejado que mantuviera amistad con el hermano A. Me ha revelado muchas cosas, aunque yo no fuera digno de que lo hiciera. Adonaí es el nombre de aquel que ha creado el mundo; el nombre del que lo gobierna es Eloím y el tercer nombre, que no puede pronunciarse, significa Todo. Las conversaciones con el hermano V. me fortifican, refrescan y me afirman en el camino de la virtud. Hablando con él, dudar es imposible. Veo claramente la diferencia que hay entre la pobre doctrina de las ciencias sociales y nuestra doctrina, que lo abarca todo. Las ciencias humanas fraccionan todo para comprender y matan todo para conocerlo mejor. En la santa ciencia de la Orden todo está unificado, comprendido en su totalidad y tal como es. La trinidad —los tres principios de las cosas— son el azufre, el mercurio y la sal. El azufre posee las propiedades del óleo y del fuego, que unidas a la sal provocan, debido al fuego que contiene, un intenso deseo, mediante el cual atrae el mercurio, lo apresa, lo retiene y producen conjuntamente diversos cuerpos. El mercurio es la esencia espiritual en estado líquido y volátil: Cristo, el Espíritu Santo, Él.
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Guerra Y Paz - León Tolstoi
ClassicsPrincipios de S. XIX, mientras Napoleón planea como invadir Rusia, Natasha, Pierre, Andréi, María y Nikolái descubrirán que tanto en la vida como en el amor hay tiempos de guerra y de paz.