Capítulo 21

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Pierre, como uno de los invitados más importantes, debía jugar con Iliá Andréievich, el general y el coronel. Le correspondió sentarse enfrente de Natasha y quedó asombrado del extraño cambio operado en ella desde el baile. Estaba silenciosa y, lejos de parecer tan bella como aquel día, se la habría dicho fea, de no ser por su aire apacible e indiferente a todo.

"¿Qué le ocurre?", pensaba Pierre. Natasha se había sentado al lado de su hermana, junto a la mesita de té, y respondía sin mirarlo y con desgana a las preguntas de Borís, que se había acercado a ella. Pierre, que había fallado a un palo y hecho cinco bazas con gran satisfacción de su compañero, la miró de nuevo al oír ruido de pasos y voces de saludo de alguien que entraba en la sala.

"¿Qué le ha pasado?", volvió a pensar, aún más sorprendido.

El príncipe Andréi estaba ante ella, hablándole con ternura solícita. Natasha, con las mejillas encendidas, lo miraba, tratando de contener la respiración anhelante. Ardía de nuevo en ella aquel fuego interior antes apagado. Ahora era otra Natasha que, de fea, volvió a ser la misma del baile.

El príncipe Andréi se acercó a Pierre, quien notó en el rostro de su amigo una expresión nueva, juvenil. Durante el juego, Pierre cambió de sitio varias veces, quedando en ocasiones de espaldas a Natasha o bien frente a ella, pero no dejó de observar a la joven y a su amigo.

"Algo muy importante hay entre los dos", pensaba. Y un sentimiento alegre y amargo a la vez lo inquietaba, haciéndole olvidar el juego.

Después de seis partidas, el general se levantó asegurando que era imposible jugar de aquella manera. Pierre quedó libre. Natasha charlaba en un rincón con Sonia y Borís. Vera, con refinada sonrisa, hablaba con el príncipe Andréi. Pierre se acercó a su amigo, preguntó si no estaban tratando algún secreto y se sentó junto a ellos. Vera, a quien no pasó inadvertido el interés del príncipe Andréi por su hermana, pensó que en una verdadera velada era indispensable hacer delicadas alusiones a la vida sentimental; aprovechando el momento en que el príncipe estaba solo, había entablado con él una conversación sobre los sentimientos en general y su hermana en particular. Con un invitado tan inteligente como el príncipe Andréi (así lo juzgaba Vera), tenía que poner en acción todo su arte diplomático.

Cuando Pierre se les acercó, Vera estaba en plena conversación, satisfecha de sí misma, y el príncipe Andréi (cosa muy rara en él) parecía turbado.

—¿Qué opina usted?— decía Vera con sutil sonrisa. —Usted, príncipe, que es tan perspicaz y comprende en seguida el carácter de las personas, ¿qué piensa de Natalie? ¿Puede ser constante en sus afectos, puede, como otras mujeres— y Vera se refería a su persona, —una vez enamorada de un hombre, serle fiel toda la vida? Para mí eso es el verdadero amor. ¿Qué le parece?

—Conozco muy poco a su hermana para contestar a una pregunta tan delicada— replicó el príncipe Andréi con una sonrisa burlona, bajo la cual trataba de ocultar su propia turbación. —Además, he notado que cuanto menos gusta una mujer, más constante suele ser— añadió, mirando a Pierre, que en aquel momento se acercaba a ellos.

—Sí, es verdad, príncipe— prosiguió Vera. —En nuestros tiempos— decía "nuestros tiempos" como suelen hacer las personas de pocos alcances, que creen conocer a fondo las características de una época y que suponen que las personas cambian con los años, —en nuestros tiempos las jóvenes tienen tanta libertad que muchas veces le plaisir d'être courtisées ahoga en ellas el verdadero sentimiento. Et Nathalie, il faut l'avouer, y est très sensible.[1]

Esa nueva alusión a Natasha hizo que el príncipe Andréi frunciera el ceño. Quiso levantarse, pero Vera prosiguió con una sonrisa más sutil todavía:

—Creo que ninguna muchacha ha sido más courtisée que ella; pero ninguno le ha gustado en serio. Ya sabe que también nuestro querido primo Borís (y esto, entre nous) estuvo mucho, mucho tiempo dans le pays du Tendre[2]— prosiguió, refiriéndose a un juego de moda en aquel entonces.

El príncipe Andréi callaba ceñudo.

—¿Es usted amigo de Borís, verdad?— preguntó Vera.

—Sí, lo conozco...

—Le habrá hablado, seguramente, de su amor infantil por Natasha.

—¡Ah! ¿Hubo un amor infantil?— preguntó el príncipe Andréi, enrojeciendo inesperadamente.

—Oui, vous savez, entre cousin et cousine cette intimité mène quelquefois à l'amour: le cousinage est un dangereux voisinage, n'est-ce pas?[3]

—¡Oh, indudablemente!— dijo el príncipe Andréi.

Y, de pronto, comenzó a bromear con Pierre con desusada animación, diciéndole que debería mostrar cautela en las relaciones con sus quincuagenarias primas de Moscú. Y en medio de las bromas, se levantó, tomó a Pierre por el brazo y se lo llevó aparte.

—¿Qué sucede?— preguntó Pierre, asombrado por la extraña excitación de su amigo y la mirada que, al levantarse, había dirigido a Natasha.

—Tengo, tengo que hablar contigo— dijo el príncipe Andréi. —Tú sabes... nuestros guantes de mujer...— (hablaba de los guantes que los masones daban a cada nuevo electo para que los entregaran a la mujer amada). —Yo... pero no, te lo diré después— y con un extraño brillo en los ojos y gran nerviosismo se sentó junto a Natasha.

Pierre vio que el príncipe le preguntaba algo y que ella se ruborizaba al contestar.

Pero en aquel instante Berg rogó insistentemente a Pierre que se sumara a la discusión que había surgido entre el general y el coronel sobre los asuntos de España.

Berg estaba contento y era feliz. De su rostro no se borraba una sonrisa de satisfacción. La velada era espléndida y, desde luego, exactamente igual a cuantas él había asistido. En todo se parecía a las demás: las discretas conversaciones de las señoras, el general jugando a las cartas y alzando la voz, el samovar y las pastas. Pero algo faltaba de lo que había visto en otras veladas y que él quería imitar: la conversación animada entre los hombres y la discusión sobre un tema importante y serio. El general inició esa conversación y Berg arrastró a Pierre para que interviniese en ella.

Guerra Y Paz - León TolstoiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora