Llegó la mañana con sus preocupaciones y quehaceres. Todos se levantaron, empezaron sus faenas y sus charlas. De nuevo acudieron las modistas. María Dmítrievna salió y llamaron para el té. Natasha, con los ojos muy abiertos, como si quisiera captar cualquier mirada fija en ella, observaba inquieta a los demás y trataba de aparecer con la naturalidad de siempre.
Después del desayuno María Dmítrievna (era aquél su mejor momento) se acomodó en su butaca y llamó a Natasha y al viejo conde.
—Bueno, amigos míos; he reflexionado sobre todo este asunto y les voy a dar mi consejo— comenzó.
—Ayer, como saben, estuve con el príncipe Nikolái y hablé con él... Se puso a gritar, pero a mí no me arredran los gritos. ¡Le dije todo lo que había que decirle!
—¿Y él qué?— preguntó el conde.
—¿Él? No quiere saber nada. Pero a qué hablar. Ya hemos atormentado bastante a esta pobrecilla. Mi consejo es que resuelvan sus asuntos y vuelvan a Otrádnoie... para esperar allí los acontecimientos...
—¡Oh, no!— exclamó Natasha.
—Sí, hay que marcharse y esperar allí. Si el novio llega ahora, los disgustos son seguros. Que él se las entienda a solas con el viejo; luego podrá ir a vuestra casa.
Iliá Andréievich aprobó el consejo, cuya sensatez comprendió en seguida. Si el viejo se amansaba, siempre habría tiempo de ir a verlo a Moscú o a Lisie-Gori; si no, si el matrimonio tenía que hacerse contra su voluntad, no habría más remedio que celebrarlo en Otrádnoie.
—Me parece un consejo excelente— dijo. —Lo que siento es haber ido a su casa y haber llevado a mi hija.
—No, no. ¿Por qué sentirlo? Estando él aquí no podía hacerse otra cosa: era cuestión de cortesía. Pero si él no quiere, eso es cosa suya— y diciendo eso, María Dmítrievna buscaba algo en su bolso. — El ajuar está listo y no hay que esperar más. Lo que no esté dispuesto ahora los lo mandaré a Otrádnoie. Lo siento mucho, pero creo que es lo mejor, y que Dios los acompañe.
Encontró lo que buscaba en el bolso y se lo entregó a Natasha.
Era una carta de la princesa María.
—Te escribe— dijo. —Sufre mucho la pobrecilla, tiene miedo de que tú pienses que no te quiere.
—¡Claro que no me quiere!— exclamó Natasha.
—¡No digas tonterías!— repuso María Dmítrievna.
—Nadie me convencerá de ello. Sé que no me quiere— afirmó rotundamente Natasha, cogiendo la carta. En su rostro había una resolución fría y rencorosa que obligó a María Dmítrievna a mirarla fijamente con el ceño fruncido.
—No hables así, chiquilla— dijo. —Lo que te digo es verdad. Contesta a la carta.
Natasha, sin responder, se fue a su habitación para leer la carta. La princesa escribía que estaba desolada por el malentendido que tuvo lugar, le rogaba que creyese —al margen de los sentimientos de su padre— que ella no podía no quererla puesto que había sido elegida por su hermano, por cuya felicidad estaba dispuesta a sacrificarlo todo.
"Por lo demás —escribía—, no crea que mi padre está mal dispuesto hacia usted. Es un hombre viejo y enfermo y hay que perdonarlo; pero también es bueno, generoso y querrá a la persona que haga feliz a su hijo." La princesa María rogaba por último a Natasha que fijara el día para otra entrevista.
Después de leer la carta Natasha se sentó con ánimo de contestar:
"Chère princesse" —escribió rápida, mecánicamente; y se detuvo. ¿Qué podía decir después de lo ocurrido el día anterior? Sí, las cosas eran antes así, pero todo cambió —pensaba ante el pliego en blanco—. "¿Debo renunciar a él? ¿Es realmente necesario? ¡Esto es horrible!..." Y para olvidar tan terribles pensamientos fue en busca de Sonia y se dedicó a escoger con ella unos bordados.
Después de comer Natasha volvió a su habitación y tomó de nuevo la carta de la princesa María. "Así pues, ¿todo ha terminado ya? —pensó—. ¿Es posible que todo haya ido tan de prisa, destruyendo lo que antes había?" Recordó con fuerza su amor por el príncipe Andréi, pero sentía al mismo tiempo que amaba a Kuraguin. Se imaginaba ya esposa del príncipe Andréi; se representaba la escena, tantas veces repetida en su memoria, de su felicidad con él y, al mismo tiempo, enfebrecida e inquieta, repasaba los detalles de su encuentro, el día anterior, con Anatole.
"¿Por qué no pueden existir al mismo tiempo? —pensaba a veces en plena confusión mental—. Sólo entonces sería del todo feliz; ahora debo elegir, pero sin cualquiera de ellos no puedo ser dichosa. Es imposible contar al príncipe Andréi lo ocurrido, y ocultárselo es igualmente imposible... Y con el otro nada se ha perdido. ¿Es necesario renunciar para siempre a la felicidad del amor con el príncipe Andréi, de la que he vivido tanto tiempo?"
—Señorita— susurró una doncella que entraba con aire misterioso en su habitación, —un hombre me ordena que se la entregue— y tendió una carta. —Pero en nombre de Cristo...— prosiguió, mientras Natasha rompía mecánicamente el lacre y leía la apasionada carta de Anatole, de la que nada entendía, salvo que estaba escrita por el hombre amado. Sí, lo amaba; de otra manera, ¿cómo podía suceder lo que había ocurrido? ¿Cómo era posible que tuviera en sus manos una carta de él?
Natasha sostenía con manos temblorosas el apasionado papel escrito por Dólojov para Anatole y, al leerlo, hallaba en él como un eco de todo lo que creía sentir. La carta empezaba así:
"Desde ayer está decidida mi suerte. Ser amado por usted o morir; no hay para mí otra salida." Seguía diciendo que los padres de Natasha no permitirían que se casara con él por ciertas causas misteriosas que podía explicarle a ella sola, pero que si ella lo amaba, bastaría con que dijera sí y no habría fuerza humana capaz de impedir su felicidad; el amor lo vencería todo. Él la raptaría y la llevaría consigo al otro confín del mundo.
"Sí, sí lo amo", pensaba Natasha, releyendo la carta por vigésima vez, buscando en cada palabra un sentido recóndito y profundo.
Aquella tarde, María Dmítrievna fue a casa de los Arjárov e invitó a las jóvenes a que la acompañaran. Natasha, con el pretexto de una jaqueca, se quedó en casa.
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Guerra Y Paz - León Tolstoi
ClassicsPrincipios de S. XIX, mientras Napoleón planea como invadir Rusia, Natasha, Pierre, Andréi, María y Nikolái descubrirán que tanto en la vida como en el amor hay tiempos de guerra y de paz.