Cuando Borís y Anna Pávlovna volvieron al grupo era Hipólito quien llevaba la conversación. Echándose hacia delante en su sillón, decía:
—Le roi de Prusse!— y se echó a reír. Todos se volvieron hacia él. Hipólito repitió, con otro tono: —Le roi de Prusse?— preguntó, y con tranquila seriedad se arrellanó en el fondo de su sillón.
Anna Pávlovna esperó un poco; pero como Hipólito no parecía decidido a seguir, comenzó a decir que el impío de Bonaparte se había llevado de Potsdam la espada de Federico el Grande.
—C'est l'épée de Frédéric le Grand que je...[1]— comenzó, pero Hipólito la interrumpió:
—Le roi de Prusse...— y una vez más, cuando todos se volvieron hacia él, se excusó y guardó silencio.
Anna Pávlovna frunció el ceño. Mortemart, el amigo de Hipólito, le preguntó:
—Voyons, à qui en avez-vous avec votre roi de Prusse?[2]
Hipólito rió como si se avergonzase de su risa.
—Non, ce n'est rien, je voulais dire seulement...— tenía intención de repetir una broma oída en Viena y esperaba toda la noche el instante oportuno para colocarla. —Je voulais dire que nous avons tort de faire la guerre pour le roi de Prusse.[3]
Borís, esperando ver cómo sería recibida la broma de Hipólito, sonrió prudentemente, de manera que esa sonrisa pudiera parecer lo mismo ironía que aprobación. Todos rieron.
—Il est très mauvais votre jeu de mots, très spirituel, mais injuste... Nous ne faisons pas la guerre pour le roi de Prusse, mais pour les bons principes. Ah! le méchant, ce prince Hippolyte![4]— dijo Anna Pávlovna amenazándolo con un dedito arrugado.
Durante toda la velada la conversación se mantuvo animadísima y giró especialmente en torno a los temas políticos. Al final, los diálogos se hicieron más vivos, al salir a colación las recompensas otorgadas por el Emperador.
—Fulano recibió el año pasado la tabaquera con el retrato; ¿por qué zutano no iba a recibir la misma recompensa?— dijo l'homme a l'esprit profond.
—Je vous demande pardon, une tabatière avec le portrait de l'Empereur est une récompense, mais point une distinction— observó el diplomático, —un cadeau plutôt.[5]
—Il y a eu plutôt des antécédents, je vous citerai Schwarzenberg.[6]
—C'est impossible— observó otro.[7]
—¿Apostamos? Le grand cordon, c'est différent...[8]
Cuando todos se hubieron levantado para despedirse, Elena, que había hablado poco en toda la noche, se volvió de nuevo a Borís repitiéndole el ruego y la orden cariñosa y significativa de ir a su casa el martes.
—Es preciso que vaya, es muy necesario— añadió mirando sonriente a Anna Pávlovna, quien, con la triste sonrisa que acompañaba sus palabras siempre que hablaba de su alta protectora, apoyó el deseo de Elena.
Se diría que durante la velada, a propósito de alguna frase de Borís sobre el ejército prusiano, la bella Elena hubiera descubierto de súbito la necesidad de entrevistarse con él, prometiéndole la explicación de aquella necesidad el martes, cuando acudiera a su casa.
El martes por la tarde, en el magnífico salón de Elena, Borís no recibió claras explicaciones sobre la necesidad de su visita. Había otros invitados y la condesa habló poco con él; sólo cuando, al despedirse, Borís le besó la mano, la bella Elena, con una seriedad inesperada y extraña, le dijo a media voz: "Venez demain dîner... le soir. Il faut que vous veniez... Venez".[9]
Durante su estancia en San Petersburgo Borís se convirtió en íntimo de la condesa Bezújov.
ESTÁS LEYENDO
Guerra Y Paz - León Tolstoi
KlassikerPrincipios de S. XIX, mientras Napoleón planea como invadir Rusia, Natasha, Pierre, Andréi, María y Nikolái descubrirán que tanto en la vida como en el amor hay tiempos de guerra y de paz.