Capítulo 16

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Tras haber recorrido toda la línea desde el flanco derecho hasta el izquierdo, el príncipe Andréi subió a la batería desde la cual, según le indicara el oficial del Estado Mayor, podía verse todo el futuro campo de batalla. Descabalgó y se detuvo junto a uno de los cuatro cañones, que estaba en la cumbre. Ante las piezas hacía su guardia un centinela, que quedó firme al acercarse el oficial; pero, a una señal de éste, siguió su paseo monótono y aburrido. Detrás de las piezas estaban los avantrenes y, más allá todavía, los caballos y las hogueras de los artilleros. A la izquierda, cerca del cañón situado en el extremo, había una pequeña chabola recién levantada desde la cual llegaban las animadas voces de los oficiales.

En efecto, desde la batería podía contemplarse casi la totalidad de las líneas rusas y buena parte de las enemigas. Precisamente enfrente de los cañones surgía, sobre una colina, el pueblo de Schoengraben. A derecha e izquierda del lugar, entre el humo de las hogueras, se veía en tres sitios el grueso de las tropas francesas; al parecer, la mayor parte de ellas estaban en la aldea misma y detrás de la montaña. Más a la izquierda, entre el humo, había algo parecido a una batería, pero a simple vista no se podía distinguir bien. El flanco derecho ruso estaba situado sobre una altura bastante abrupta que dominaba las posiciones francesas y la infantería rusa se hallaba dispuesta en lo más alto; en el extremo se veían los dragones. En el centro, donde estaba la batería de Tushin, desde la cual examinaba las posiciones el príncipe Andréi, la pendiente era más suave y conducía directamente al arroyo que separaba a los rusos de Schoengraben. A la izquierda, las tropas rusas estaban cerca del bosque, cuyos árboles talaban los infantes para hacer leña. La línea francesa, más ancha que la rusa, permitía suponer que los franceses podrían rebasarla fácilmente por ambos lados. Detrás de las líneas rusas, un barranco profundo y abrupto dificultaba cualquier retirada de la caballería y la artillería. El príncipe Andréi, apoyado en el cañón, había sacado su cuaderno de notas y trazaba para sí la disposición de las tropas. En dos lugares hizo varias anotaciones a lápiz, con intención de comunicárselas a Bagration. Pensó, ante todo, concentrar toda la artillería en el centro y después hacer que la caballería retrocediese a la otra parte del barranco. El príncipe Andréi, que siempre había estado junto al general en jefe y siguiendo los movimientos de las masas y las disposiciones generales, ocupándose de la descripción histórica de los combates, sólo veía en la acción que se avecinaba las líneas generales de las operaciones futuras. Únicamente  concebía dos grandes casualidades: "Si el enemigo comienza su ataque por el flanco derecho —se decía—, el regimiento de granaderos de Kiev y el de cazadores de Podolsk deberán mantener sus posiciones hasta que las reservas del centro lleguen en su auxilio. En ese caso, los dragones podrán atacar el flanco y batir al enemigo. Si el ataque se produce por el centro, situaremos en esa altura la batería central, y bajo su protección, concentraremos el flanco izquierdo y retrocederemos en forma escalonada hasta el barranco".

Desde que se acercó a la batería y quedó apoyado en el cañón, oía constantemente las voces de los oficiales que hablaban en la chabola, aunque las palabras, como suele suceder, resbalaran sin que él penetrara en su sentido. De pronto llegó el eco de una voz de tonos tan cordiales que sin darse cuenta prestó oído.

—No, amigo— decía esa voz agradable y que pareció conocida al príncipe Andréi. —Yo digo que si fuera posible saber lo que hay después de la muerte, ninguno de nosotros tendría miedo a morir. Así es, querido.

Otra voz, más juvenil, lo interrumpió:

—Tenga uno miedo o no, es lo mismo, no se puede evitar.

—¡Sin embargo siempre se siente miedo!— interrumpió una tercera voz más enérgica. —Ustedes, los artilleros, sí que son sabios, y lo son porque pueden llevar de todo, vodka y aperitivos.

Y el de la voz enérgica, al parecer un oficial de infantería, rompió a reír.

—Y sin embargo se tiene miedo— continuó la primera voz. —Miedo a lo desconocido, eso es. Por mucho que digan que el alma irá al cielo... Bien sabemos que no hay cielo, que todo es atmósfera...

De nuevo lo interrumpió la voz enérgica:

—Bueno, convídanos a tu vodka, Tushin.

"¡Ah! Es aquel capitán que estaba en la cantina sin botas", pensó el príncipe Andréi, reconociendo con placer la agradable voz del que filosofaba.

—Eso se puede— dijo Tushin. —Pero comprender la vida futura...— No concluyó.

Un silbido, que se hacía cada vez más rápido y fuerte conforme se acercaba, cruzó el aire, y un proyectil, como si no hubiera dicho todo lo necesario, se hundió, cerca de la chabola en la tierra, haciéndola gemir con su terrible estallido. En aquel mismo instante el pequeño Tushin, con la pipa en un ángulo de la boca, salió velozmente, el primero de todos, fuera de la chabola. Su rostro, bondadoso e inteligente, estaba un poco pálido. Detrás salió el de la voz enérgica, un apuesto oficial de infantería, que corrió hacia su compañía abotonándose el uniforme por el camino.

Guerra Y Paz - León TolstoiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora