Capítulo 11

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Una hora después Duniasha entró para decir a la princesa que Dron, según sus órdenes, había reunido a los campesinos junto al granero, que deseaban hablar con su ama.

—Yo no los he llamado. Sólo dije a Drónushka que les entregara el trigo— contestó la princesa María.

—Por Dios, princesa, madrecita, mande que echen a esos hombres y no vaya a verlos. Es un engaño — dijo Duniasha. —Cuando vuelva Yákov Alpátich nos iremos de aquí... No vaya usted...

—¿Qué engaño?— preguntó la princesa, sorprendida.

—Yo sé lo que digo. No haga caso, por Dios: escúcheme a mí. Si le parece, puede preguntar a la niñera. Dicen que no quieren marcharse de aquí, como usted ordenó.

—Debe de haber una confusión. No les ordené tal cosa...— dijo la princesa María. —Llama a Drónushka.

Dron confirmó las palabras de la doncella: los campesinos se habían reunido por orden de la princesa.

—¡Pero si jamás los he llamado!— dijo la princesa María. —Te equivocas seguramente. Lo único que te dije es que les dieras el trigo.

Dron suspiró en silencio.

—Se irán, si usted lo quiere.

—No, no, iré a verlos— dijo la princesa.

Y a pesar de las súplicas de Duniasha y de la niñera, la princesa María salió al porche seguida de Drónushka, la doncella, la vieja niñera y Mijaíl Ivánovich.

"Habrán pensado que les reparto el trigo para que se queden aquí, mientras yo los abandono en manos de los franceses. Voy a prometerles alojamiento y trabajo en los alrededores de Moscú. Estoy segura de que el príncipe Andréi haría más aún si estuviera en mi lugar", pensaba la princesa María mientras se acercaba a los campesinos reunidos en las proximidades del granero.

Ya iba anocheciendo. La muchedumbre, apretujándose, se removió quitándose rápidamente los gorros. La princesa, con los ojos bajos, se acercó a los campesinos, enredándose en el vestido al caminar. La miraban tantos ojos jóvenes y viejos y eran tan diferentes los rostros que no distinguió a ninguno. Sentía la necesidad de hablar a todos y no sabía por dónde empezar. Pero una vez más le dio valor y fuerzas la conciencia de ser la representante de su padre y de su hermano, y empezó decidida.

—Estoy muy contenta de que hayan venido— dijo, sin levantar los ojos mientras el corazón le latía rápida y violentamente. —Drónushka me ha dicho que la guerra los ha arruinado; es nuestra desgracia común, pero nada escatimaré para ayudarlos. Me voy de aquí, por el peligro... el enemigo está muy cerca... porque... Les doy todo, amigos... Les ruego que tomen todo, todo el grano es suyo, para que no pasen necesidades. Si les dicen que es para que se queden aquí, no es verdad. Al contrario, les ruego a todos que vayan con sus bienes a nuestra hacienda cerca de Moscú; se les dará alojamiento y pan a todos y les prometo que no les faltará lo necesario.

La princesa se detuvo. En la muchedumbre no se oían más que suspiros.

—No lo hago en mi nombre, sino en nombre de mi difunto padre, que fue para ustedes un buen amo, y en nombre de mi hermano y de su hijo.

Se detuvo de nuevo. Nadie interrumpió su silencio.

—Nuestra desgracia es común y lo repartiremos todo en partes iguales. Todo lo mío es suyo— añadió después, mirando a los que se hallaban más cerca.

Todos aquellos ojos la miraban con la misma expresión, cuyo sentido no podía comprender. ¿Era curiosidad, devoción, reconocimiento o susto y desconfianza?

Una voz replicó desde atrás:

—Estamos muy contentos por sus bondades, pero no tomaremos el trigo de los amos.

—¿Por qué?— preguntó la princesa María.

Nadie contestó; y la princesa María, pasando sus ojos sobre la muchedumbre, observó que todas las miradas se bajaban al encontrarse con la suya.

—¿Por qué no quieren?— repitió. Nadie le contestó.

La princesa María comenzaba a sentirse turbada en medio de aquel silencio; trataba de captar alguna mirada.

—¿Por qué no hablan?— preguntó a un viejo que, apoyado en su garrote, estaba delante de ella. — Dime si tú crees que debe hacerse otra cosa, haré todo lo preciso— dijo al captar su mirada.

Pero él, como enfadado por ello, bajó del todo la cabeza y dijo:

—¿Por qué hemos de aceptarlo? No necesitamos el trigo.

Desde distintos puntos se oyeron voces:

—¿Es que quiere que lo abandonemos todo? No estamos de acuerdo... no aceptamos. Lo sentimos por ti, pero no queremos, no aceptamos. Vete tú sola...

Y una vez más apareció en todos aquellos rostros una misma expresión; pero ahora ya era evidente que no era curiosidad ni reconocimiento, sino una decisión colérica.

—No han entendido, sin duda— replicó la princesa María, con una triste sonrisa. —¿Por qué no se quieren marchar? Les prometo alojamiento y manutención... mientras que aquí el enemigo los arruinará...

Pero su voz se vio sofocada por las voces de la muchedumbre.

—¡No queremos! ¡Que nos arruine! ¡No aceptamos tu trigo! ¡No estamos de acuerdo!

La princesa María trataba de captar nuevamente alguna mirada de la muchedumbre, pero nadie la miraba. Aquellos ojos la evitaban. Se sintió turbada y violenta.

—¡No ha salido poco lista!— decían algunas voces. —¡Que vayamos a trabajar como esclavos para ella! ¡Cómo no! ¡Y aún dice que nos dará trigo!

La princesa María se retiró con la cabeza baja y entró en la casa. Y después de repetir a Dron la orden de preparar los carruajes para la mañana siguiente, se retiró a su habitación y se quedó a solas con sus pensamientos.

Guerra Y Paz - León TolstoiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora