53. Tics y sonrisas

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La recepción del hotel estaba ocupada por una mujer mayor, de mediana edad que me miró de reojo antes de dignarse a dejar de hacer uno de los crucigramas del periódico.

- ¿Si? ¿Qué desea la señorita?

Por el tono, y por la voz que estaba poniendo  no parecía demasiado emocianada, de hecho debía ser la doceava vez que lo decía.

- ¿Podría decirme en que habitación se encuentra Elizabeth Evansey por favor? - pregunté.

- No hay ninguna Elizabeth Evansey aquí - murmuró tras un breve vistazo a la lista de huespedes que tenía frente a ella.

Obviamente, ¿como iba a estar allí alojada Elizabeth Evansey? Elizabeth Evansey se había deshecho de ese apellido años atrás, al divorciarse de su marido y de mi padre.

- ¿No hay ninguna Elizabeth alojada? - pregunté, intrigada.

La mujer le dedicó más tiempo esa vez a analizar la lista de nombres y finalmente sonrió, satisfecha por su trabajo aunque a mi no me agradó tanto como a ella misma.

- Existe una Elizabeth, pero los datos de los clientes son confidenciales.

Saqué mi cartera del bolsillo trasero de mis vaqueros desgastados, increíble que fuese a gastar dinero en eso, a pesar de eso esperaba que fuese útil. Le mostré dos billetes de veinte dolares que puse sobre la mesa y en cuanto lo ví, fue como si se tratase de una maldita maquina tragaperras, sus ojos brillaron y deslizó su mano deprisa hasta mi mano y se los guardó en el bolsillo asegurandose de que podía guardarselos.

- Habitación doscientos cuatro, yo no he dicho nada vaya.

Le dediqué la sonrisa más falsa que tenía y tras recibirla de vuelta me encaminé  a la habitación indicada.

El hotel estaba engalanado con alfombras rojas y doradas anticuadas pero espectaculares también. Subí en el ascensor donde había un hombre trajeado con el uniforme del hotel, qeu supuese se encargaba de las maletas. Avancé por el pasillo, aumentando paso a paso mis nervios hasta que finalmente me detuve  frente al número doscientos cuatro, pintado de dorado sobre la puerta blanca.

- ¡Joe te lo prometí! Te juro que estoy en Nueva York, en casa de una amiga te lo pro....

Mis golpes en la puerta con los nudillos, interrumpieron la convseración con quien fuese que estuviese hablando.

- Espera un segundo Joe...

Me quedaban unos segundos para verla de nuevo, durante los que incluso llegué a plantearme marcharme de allí. La puerta se abrió, sin darme más tiempo para pensar mi siguiente movimiento y la vi allí de pie, plantada frente a mí en albornoz y con una toalla liada en la cabeza. En vez de sorprenderse por verme, cosa que era casi impensable que volviese a ocurrir, me echó una mirada seria y se llevó el dedo índice a la boca, indicandome que me mantuviese en silencio.

- Acaba de llamar el florista, un segundo ahora te llamo cielo.

Solamente cuando colgó, se retiró la mano de la boca yddicó un par de segundos a observarme a mí, que había quedado totalmente fuera de juego.

- Ve mañana a la cafetería de la calle quinta ¿de acuerdo? A la que ibamos cuando eras pequeña, seguro que te acuerdas. A las cinco allí.

- ¿Me tomas el pelo? - inquirí riendo irónica.

- Me la estoy jugando haciendo esto Bella, así que creéme : bastante hago ya.

Sus ojos azules me estaban mirando, expectantes, pero si esperaba que yo le dijese algo más bonito que eso estaba alucinando.

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